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La posguerra: de la Guerra Fría a la Revolución Pacífica

Momentos claves de la historia de Europa en el siglo XX

11.06.2014
© picture-alliance/akg-images - Berlin 1989

Guerra Fría en un mundo dividido

1949

El 29 de agosto de 1949 la Unión Soviética detonó su primera bomba atómica, igualando a los EE.UU. como potencia nuclear. Este paso marcó el inicio de una espiral armamentística que añadió una nueva dimensión a la Guerra Fría entre el Este y el Oeste. El estallido de la Guerra de Corea en el verano de 1950 amenazó por primera vez con tornar el conflicto Este-Oeste en una contienda caliente. A raíz de ello, las potencias occidentales acordaron el rearme de Alemania Occidental, hecho que ocurrió en 1955 en el marco de la OTAN. Un año más tarde, la RDA entró a formar parte del Pacto de Varsovia. Alemania se había convertido en uno de los puntos neurálgicos de la Guerra Fría. El sucesor de Stalin, Nikita Jrushchov, acuñó el término de la “coexistencia pacífica” entre el capitalismo y el socialismo en 1956 para dar a entender el reconocimiento del status quo. Sin embargo, también él intentó expulsar a las potencias occidentales del Berlín dividido. Cuando la RDA amenazaba con desangrarse por la oleada de refugiados que huían a través de Berlín Oriental, Moscú decidió cerrar, a instancia del SED, la última 
vía de escape para llegar al mundo occidental libre.

La construcción del Muro el 13 de agosto de 1961 salvó la dictadura del SED y cimentó la división alemana. Pero apenas se había apagado un foco de conflicto de la Guerra Fría a costa de los alemanes del Este, la crisis de octubre de 1962 desatada por el estacionamiento de misiles de medio alcance soviéticos en suelo cubano llevó el mundo al borde de una guerra nuclear. 
A partir de ahí, en ambos bloques se llegó al convencimiento 
de que la única manera de evitar un infierno nuclear sería el 
reconocimiento mutuo del status quo, acompañado de un proceso de distensión.

Levantamientos en el Bloque Oriental

1953

Durante el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS) de febrero de 1956, Jrushchov ajustó cuentas con los crímenes estalinistas. Por poco tiempo surgió una esperanza de transformación del comunismo. En Polonia las manifestaciones masivas de otoño de 1956 llevaron al poder a Władysław Gomułka, quien acabó con la colectivización forzosa, otorgó cierta libertad a la Iglesia y 
puso coto a la Seguridad del Estado. Mientras que en Polonia se mantuvo intacto el liderazgo del partido, simultáneamente en Hungría tuvo lugar una revolución democrática en el transcurso de la cual el comunista reformador Imre Nagy, primer ministro de un Gobierno multipartidista, anunció la salida de Hungría del Pacto de Varsovia. La respuesta de Moscú fue la intervención militar. En la RDA, donde el 
17 de junio de 1953 los tanques soviéticos ya habían sofocado un levantamiento popular, Walter Ulbricht aprovechó la ocasión para saldar cuentas con sus críticos. También se puso del lado del Kremlin cuando en 1968 los tanques del Pacto de Varsovia entraron en Checoslovaquia poniendo fin a la “Primavera de Praga”. En Polonia a partir de mediados de los años setenta se desarrolló una oposición cada vez más fuerte, la cual en 1980 sacó adelante la legalización de la organización sindical independiente Solidarność 
(Solidaridad), que pronto contaría con diez millones de miembros. A finales de 1981 el general Wojciech Jaruzelski, primer ministro polaco, declaró la ley marcial y prohibió el sindicato, cediendo así a las presiones de Moscú. Aunque en las dictaduras comunistas la situación de violencia abierta y el ambiente de terror desaparecieron progresivamente en el transcurso de la desestalinización, hasta el final se persiguió, minó y encarceló a los opositores, tanto reales como supuestos.

Pugna entre sistemas económicos

1957

El lema “You’ve never had it so good!” (¡Nunca les fue mejor!) con el cual el primer ministro británico Harold Mac­millan exhortó a sus compatriotas en 1957 era válido para gran parte de Europa occidental. A partir de los años cincuenta, el “milagro económico” trajo consigo una 
creciente prosperidad, pleno empleo y 
aumento de los salarios. La sociedad de consumo y el Estado social se convirtieron en elementos estabilizadores no solo de la democracia de Alemania Occidental. Los dos sistemas políticos buscaban apoyo prometiendo mejores condiciones de vida. Sin embargo, en el Bloque Oriental las crisis de abastecimiento estaban a la orden del día. “So wie wir heute arbeiten, werden wir morgen leben” (El trabajo de hoy es la vida del mañana) rezaba la promesa de futuro que finalmente no llegó a cumplirse. Pese a todas las carencias, el sistema económico soviético despertó durante mucho tiempo tanto expectativas como temores. Cuando en 1957 la URSS lanzó el primer satélite al espacio, el mundo occidental quedó sobrecogido por el potencial tecnológico y militar de Moscú. Mientras que en los años setenta la crisis del petróleo marcó el fin del crecimiento ilimitado y en Occidente aumentó el desempleo, los sistemas de 
seguridad social altamente desarrollados aportaron estabilidad social. En vísperas de la crisis económica mundial, en el Bloque Oriental se produjo un cambio de rumbo de fatales consecuencias. Cada vez más recursos fueron a parar a la construcción de viviendas y el consumo. Los logros sociales con los que se aspiraba al respaldo de la 
población estaban financiados con créditos occidentales. El creciente sobreendeudamiento y una economía cada vez más arruinada agravaron la situación económica que en los años ochenta conduciría a los regímenes comunistas al abismo.

Procesos de liberalización en Europa Occidental

1968

El aumento del bienestar en Occidente estuvo acompañado de profundas transformaciones sociales y culturales. Las reivindicaciones de libertad individual y realización personal 
fueron in crescendo. A base de rock-and-roll, melenas y pantalones vaqueros, la juventud de la posguerra desafió a la vieja autoridad. A lo largo de los años sesenta el movimiento juvenil se 
politizó. En 1968 los estudiantes salieron a las calles en muchos lugares, en Francia e Italia durante algún tiempo conjuntamente con los trabajadores. La protesta iba dirigida contra la guerra 
de EE. UU. en Vietnam y contra las estructuras anquilosadas de 
la política, la economía y la sociedad.

Muchos manifestantes soñaban con la gran revuelta. En la República Federal de Alemania comenzó a cuestionarse más intensamente que nunca el pasado nazi. La clase dirigente reaccionó a las manifestaciones con sobresalto y recurriendo inicialmente al uso de la fuerza policial. Una minoría de izquierdas radicalizada barruntó un nuevo fascismo. En Italia y Alemania Occidental pequeños grupos se pasaron a la clandestinidad en los años setenta para acabar con “el sistema” recurriendo al terrorismo. Finalmente los sistemas políticos occidentales lograron integrar a la juventud rebelde. El cambio cultural de Occidente no se detuvo ante el Telón de Acero. Además, los jóvenes de Europa Central y Oriental tuvieron su propio “1968”, la Primavera de Praga. Sin embargo, a los regímenes políticos del Este les faltó el empuje necesario para integrar en el sistema a una juventud cada vez más individualista y más consciente de sí misma. Ello agrandó aún más la brecha entre gobernantes y gobernados.

Política de distensión

1972

Tras la crisis de los misiles de Cuba en 1962, los EE.UU. y la URSS se inclinaron por un proceso de distensión. A su vez en la República Federal de Alemania creció el convencimiento de que la cuestión alemana solamente podía resolverse en un contexto europeo. El reconocimiento de facto por parte del gobierno de Willy Brandt de la frontera Oder-Neisse en los tratados de renuncia al uso de la fuerza con la URSS y Polonia y el Acuerdo Cuatripartito sobre Berlín prepararon el camino para el Tratado sobre las bases de las relaciones entre la República Federal de Alemania y la 
República Democrática Alemana de 1972. Mediante el mismo los dos Estados alemanes regularon su coexistencia tras más de dos décadas de mutismo. Berlín Oriental respondió al reconocimiento de facto facilitando el tráfico interior alemán de viajeros y las reagrupaciones familiares. Al apostar Bonn por el “cambio a través del acercamiento”, Berlín Oriental vio en ello una “agresión sigilosa” y se apartó del objetivo de la unidad alemana proclamado hasta entonces. La política de distensión en Europa alcanzó su punto culminante en 1975 con el Acta Final de Helsinki de la CSCE. Los Estados signatarios se comprometían a adoptar medidas destinadas a 
fomentar la confianza en el ámbito militar, a respetar los derechos humanos y las libertades fundamentales y a intensificar la cooperación. En los países del Bloque Oriental, ciudadanos valientes se tomaron el Acta al pie de la letra y reclamaron las libertades prometidas. Una primera señal alta y clara vino dos años más tarde de la mano de la Carta 77 en Checoslovaquia. Sus impulsores, con Václav Havel a la cabeza, lideraron la Revolución de Terciopelo contra el régimen en 1989. De este modo, el proceso de la CSCE con el que los regímenes comunistas pretendían consolidar el status quo supuso finalmente su hundimiento.

Revoluciones pacíficas

1989

Los años setenta y ochenta se caracterizaron por una tendencia democrática que comenzó abriéndose paso en los regímenes autoritarios de Portugal, España y Grecia, pero que luego pareció detenerse ante el Telón de Acero. Una nueva carrera armamentística y la guerra soviética de Afganistán a principios de los años ochenta provocaron el endurecimiento de las relaciones entre los bloques y dentro de la esfera de poder comunista. A partir de 1986 el secretario general del Partido Comunista de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, trató de evitar el desmoronamiento del sistema llevando a cabo reformas. Aunque la glasnost y la perestroika se toparon con el rechazo de los dirigentes de la RDA y Checoslovaquia, al mismo tiempo posibilitaron en Polonia la relegalización del sindicato Solidarność y la victoria de la oposición en las primeras elecciones cuasi-libres de agosto de 1989. En Hungría los reformadores comunistas, empujados por la oposición, allanaron el camino hacia la democracia. La apertura de la frontera entre Hungría y Austria en septiembre, origen de la caída del “Telón de Acero”, agudizó la crisis final de la RDA, donde el éxodo masivo y las manifestaciones cada vez más multitudinarias hicieron hincar la rodilla a la cúpula del SED en otoño. La caída del Muro el 9 de noviembre de 1989 se convirtió en el símbolo de las revoluciones pacíficas contra las dictaduras comunistas en Europa, ensombrecidas por la violencia registrada en 
Rumanía y el Báltico. Trágica fue la disgregación de Yugoslavia, que acabaría degenerando en una sangrienta guerra civil. En agosto de 1991 golpistas comunistas intentaron regresar al pasado en Moscú. Pero el golpe fracasó gracias a la resistencia de 
la población, que en diciembre celebró el fin de la URSS.

Transformación, reactivación y regeneración

1990

Las revoluciones pacíficas de Europa Central y Oriental allanaron el camino para superar la división europea. Ya en la temprana fecha del 3 de octubre de 1990 se restableció la unidad de Alemania de común acuerdo con sus vecinos. Al poco tiempo se darían pasos hacia una integración europea. Al acuerdo sobre una Unión Económica y Monetaria le siguió en 1992 el Tratado de Maastricht, en virtud del cual las Comunidades Europeas se convirtieron en la Unión Europea, asentada en una política exterior y de seguridad común y una cooperación en los ámbitos de la justicia y los asuntos de interior. Símbolo de la convergencia, a partir de 2002 se introdujo el euro como moneda común inicialmente en doce Estados europeos. En los años noventa los Estados poscomunistas reclamaron su rápido ingreso a la UE. Dicha demanda respondía a un amplio consenso social en aquellos países. De esta forma, los ciudadanos 
aspiraban a participar tanto de la cultura europea de la libertad y democracia como de la prosperidad occidental. Además, muchos consideraban que los requisitos exigidos para adherirse a la UE constituían un motor de reformas imprescindible 
para que la transformación democrática de sus países no se 
estancara.

A la postre, la adhesión a la UE y el ingreso a la OTAN se veían como garantía de la soberanía nacional recobrada. El 1 de mayo de 2004 se incorporaron a la UE ocho Estados que otrora habían estado bajo dominio comunista. Nunca antes Europa había gozado de un grado de unión, democracia y optimismo 
hacia el futuro tan fuerte y firme como en ese momento.

Europa como reto

2004

La visión de una Europa unida que garantizara a sus ciudadanas y ciudadanos la paz, la estabilidad y la prosperidad cobró fuerza en un continente devastado por la guerra. La experiencia de dos guerras mundiales y la nueva amenaza que representaba el bloque comunista proporcionaron a los que antes habían sido enemigos mortales el impulso necesario para, en los años cincuenta, comenzar a crear, durante una primera etapa, un mercado común en Europa Occidental. Una pieza fundamental para que esto pudiera suceder fue la reconciliación franco-alemana, que demostró que es posible 
superar los estereotipos hostiles. Las revoluciones pacíficas contra las dictaduras comunistas dotaron a la idea europea de una nueva fuerza visionaria que en 2004 marcó un nuevo hito con la ampliación de la UE hacia el Este. No obstante, la conciencia europeísta no avanzó pareja al 
rápido proceso de integración política y económica que de la noche a la mañana había convertido a la UE en el mercado 
interior más importante del mundo. La Unión Europea atravesó dificultades para consolidar su papel como factor de paz después de que en los años noventa no lograra poner fin a la guerra civil y las “limpiezas étnicas” en la antigua Yugoslavia. 
Y todavía carece de fórmulas para hacer frente al creciente euroescepticismo, que se ve avivado por la grave crisis financiera actual y da pábulo a nuevos nacionalismos y proteccionismos.

La síntesis de los acontecimientos clave 
de los últimos cien años de la historia de Europa que se presenta en esta exposición pretende poner de manifiesto que no existe alternativa a una Europa unida y social 
y que, a la luz de los abismos de la historia europea del siglo XX, todos los problemas del presente pueden y deben resolverse.

© „Diktatur und Demokratie im ­Zeitalter der Extreme“, Bundesstiftung zur Aufarbeitung der SED-Diktatur www.bundesstiftung-aufarbeitung.de/ausstellung2014