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Entre las guerras: 
el fracaso de las jóvenes democracias

Momentos claves de la historia de Europa en el siglo XX

11.06.2014
© picture-alliance/akg-images - War

El fascismo italiano

1922

Pese a que en realidad Italia se contó entre los países vencedores de la Primera Guerra Mundial, los nacionalistas no dejaron de recriminar lo que calificaban de “victoria mutilada”. Aunque se adjudicaron a Italia extensas regiones al norte y nordeste del reino con gobierno parlamentario, en 1915 había entrado en la guerra con mayores aspiraciones. Los primeros años de la posguerra estuvieron marcados por los disturbios sociales, las huelgas, las ocupaciones de fábricas y las apropiaciones de tierras. La burguesía temía el fantasma del bolchevismo, contra el cual el movimiento fascista lanzó una cruzada. Los brutales abusos cometidos por sus grupos paramilitares, contra los que no intervino el gobierno, costaron la vida a miles de socialistas. 

En octubre de 1922 el líder fascista Benito Mussolini organizó una “marcha sobre Roma”. Ante tal amenaza, el rey italiano decidió nombrar al “Duce” primer ministro. Mussolini comenzó formando un gobierno de coalición que recibió el apoyo de las antiguas élites del ejército, la economía y la burocracia. En 1925 se produjo el salto a una dictadura declarada que se basó en el monopolio del poder del partido fascista, la abolición de la separación de poderes, la movilización permanente de masas y la supresión de los opositores políticos a cargo de la policía política fascista. A diferencia del régimen nacionalsocialista, el poder de Mussolini estaba limitado por la autoridad del rey y de la Iglesia Católica y la independencia del Ejército.

El reto de la crisis económica mundial

1929

El 24 de octubre de 1929 tuvo lugar en Nueva York el desplome bursátil más grave de la historia. El “Jueves Negro” marcó el comienzo de la crisis económica mundial. Hubo una ola de quiebras bancarias y una retirada precipitada de créditos estadounidenses a Europa. En los países industrializados 
se hundió la economía y al cabo de pocos años la tasa media 
de desempleo alcanzó el 25 por ciento. 


Ello dio al traste con los “felices años veinte”, el período posbélico de prosperidad financiada a crédito. En prácticamente toda Europa se dibujó un panorama de inestabilidad política y radicalización. Ante esta situación, las democracias parlamentarias de Gran Bretaña y Francia dieron prueba de su fortaleza. En Gran Bretaña fueron sobre todo las antiguas regiones industriales las que más sufrieron con la crisis, las cifras de desempleo aumentaron hasta casi los tres millones. Los ciudadanos trasladaron su protesta a las calles en forma de marchas del hambre. Pero, a pesar de todos los conflictos internos y económicos, las fuerzas políticas y los agentes sociales mantuvieron su cooperación durante la crisis. El hecho de que el gobierno renunciara a emprender recortes sociales drásticos contuvo las tendencias a la radicalización. Las consecuencias de la crisis en una Francia marcadamente agrícola fueron menos graves, pero también en ese país el número de desempleados no tardó en alcanzar el millón. Las ligas de extrema derecha retaron a la República. Aunque las reformas sociales llevadas a 
cabo en 1936 por el gobierno del Frente Popular condujeron a corto plazo a un apaciguamiento político entre los trabajadores, en el seno de la burguesía generaron una fuerza política 
explosiva que acabaría por abocar al Frente Popular al fracaso. La Tercera República no volvería a estabilizarse hasta 1938, bajo el gobierno conservador de Daladier.

El fracaso de la democracia alemana

1933

En la segunda mitad de los años veinte, Alemania parecía ir por buen camino. En tanto que en 1923 la hiperinflación y las intentonas subversivas protagonizadas por la derecha y la izquierda aún sacudían al país, los años 1924 a 1928 apuntaron a una vuelta a la normalidad. Pero cuando la crisis económica mundial se expandió a Europa a finales de esa década, las carencias de la democracia alemana se hicieron patentes. El liberalismo burgués se encontraba desgastado, los conservadores no profesaban ninguna lealtad a la República y a la gran mayoría de los empresarios le incomodaban cada vez más los conflictos sociales. El 27 de marzo de 1930 fracasó el último gobierno parlamentario bajo una “gran coalición” liderada por el Partido Socialdemócrata de Alemania (SPD). Fue reemplazado por un sistema presidencialista y un régimen de decretos de emergencia. El desempleo, que hasta 1933 superó los seis millones, y la radical política de deflación y recortes practicada por el gobierno de Brüning (Partido de Centro) y tolerada por el SPD depararon muchos seguidores a comunistas y nacionalsocialistas. Tras las elecciones al Reichstag celebradas en julio de 1932, el NSDAP (Partido Nacionalsocialista Obrero Alemán, 37,4 %) y el KPD (Partido Comunista de Alemania, 14,5 %) constituían una mayoría antidemocrática en el Parlamento. Los enfrentamientos casi diarios entre nacionalsocialistas, comunistas y la policía generaron un clima de guerra civil. Hitler atizó estos acontecimientos y, al mismo tiempo, se presentó como el salvador ante el “peligro rojo”. Su estrategia dio resultado el 30 de enero de 1933, cuando el presidente del Reich Hindenburg lo nombró canciller del Reich.

Los nacionalsocialistas en el poder

1934

La expectativa de los conservadores de frenar a Hitler mediante la atribución de responsabilidades de gobierno no se cumplió. La instauración de la dictadura se completó ya en el mismo 1933. Tras el incendio del Reichstag, en la noche del 28 de febrero, la policía y la SA se lanzaron a la caza de opositores; el KPD fue desarticulado. Tan solo en 1933 fueron detenidas más de 100.000 personas, muchas fueron internadas en los campos de concentración recién construidos. Aunque el NSDAP salió reforzado de los comicios del 5 de marzo, no obtuvo la mayoría absoluta (43,9 %). Con todo, los dirigentes nazis lograron en poco tiempo la “sintonización forzosa de los Länder” y conquistaron los ayuntamientos. Solamente el SPD votó en contra de la Ley de otorgamiento de poderes (Ermächtigungsgesetz), con la que el 23 de marzo el Reichstag se desprendió a sí mismo del poder. Los diputados del KPD, ilegalizado anteriormente, no pudieron seguir ejerciendo su mandato. Tras ser prohibido igualmente el SPD el 22 de junio, los partidos burgueses se autodisolvieron. Antes ya se 
habían suprimido los sindicatos y el 10 de mayo se creó el Frente Alemán del Trabajo (DAF), la mayor organización de masas nacionalsocialista, que pronto tendría 
25 millones de afiliados. Tras la muerte de Hindenburg el 2 de agosto de 1934, Hitler asumió también el cargo de presidente del Reich. En la “Noche de los cuchillos largos” se deshizo de sus rivales dentro del partido recurriendo al asesinato político y ordenó tomar juramento de lealtad a su 
persona al Ejército del Reich. Así se consolidó el “Führerstaat” (Estado totalitario), que prácticamente impedía cualquier 
forma de oposición.

Rumbo a una nueva guerra

1938

Desde un principio Hitler quiso acabar con el sistema del Tratado de Versalles y lanzar una guerra de conquista para obtener nuevo “espacio vital” en el Este. En 1934 el Reich abandonó la Sociedad de Naciones y en 1935, en infracción del Tratado de Versalles, implantó el servicio militar obligatorio de carácter general. Un año después, tropas de la Reichswehr irrumpieron en la zona desmilitarizada de Renania violando los tratados internacionales. La tibia respuesta de París y Londres a estos acontecimientos alentó a Hitler. Cuando en 1936 el general Franco perpetró un golpe de Estado contra el gobierno de España elegido democráticamente, solamente las democracias se atuvieron a la política de no injerencia convenida. Hitler y Mussolini, en cambio, se posicionaron abiertamente del lado de los fascistas durante la Guerra Civil Española, constituyendo el “Eje Berlín-Roma”. La respuesta de las potencias occidentales al “Anschluss” (anexión) de Austria en marzo de 1938 también fue contenida. El “appeasement” (apaciguamiento) se impuso como línea de acción. Cuando en septiembre de 1938 los gobiernos francés y británico aceptaron la anexión de la región de los Sudetes al Reich con la firma del Acuerdo de Múnich, desentendiéndose así de Checoslovaquia, creían estar salvaguardando la paz en Europa.

La Unión Soviética, al verse aislada, buscó la alianza con su 
archienemigo ideológico. El 23 de agosto de 1939 Hitler y Stalin firmaron un pacto con el que Berlín y Moscú sellaron la repartición de Polonia y los Estados bálticos. Este acercamiento de los dictadores allanó el camino a la guerra.

La Segunda Guerra Mundial

1939

El 1 de septiembre de 1939 la Wehrmacht, las fuerzas armadas de la Alemania nacionalsocialista, atacó a Polonia. En reacción, Gran Bretaña y Francia declararon la guerra al Reich Alemán. Según lo previamente pactado, la Unión Soviética comenzó ocupando el Este de Polonia y luego el Báltico. En 1940 las tropas alemanas ocuparon Dinamarca y Noruega, invadieron Francia y el 14 de junio entraron en París. El 22 de junio Francia rindió las armas y tuvo que aceptar la división del país en dos. La zona noroccidental de Francia quedó bajo mando militar alemán. En la zona no ocupada se instauró el régimen de Vichy bajo el mariscal Philippe Pétain, dependiente de Alemania, hasta que la Wehrmacht también invadió este territorio en 1942. Las normas de derecho internacional aplicables a la política de ocupación no tardaron en ser violadas, como en el caso de las ejecuciones de rehenes en represalia por los atentados de la Resistencia francesa. La deportación de trabajadores forzados a Alemania provocó la radicalización del movimiento partisano y de resistencia. 20.000 franceses perdieron la vida luchando en la Résistance.

A finales de 1941 la guerra adquirió carácter mundial después de que el 7 de diciembre Japón lanzara un ataque contra los 
EE.UU. bombardeando Pearl Harbor. Pocos días más tarde Berlín y Roma, que junto con Tokio habían sellado el Pacto Tripartito en 1940, presentaron su declaración de guerra a Washington. Las tropas alemanas que llevaban combatiendo en el norte de África desde 1941 avanzaban hacia el Este de forma aparentemente incontenible tras el ataque a la Unión Soviética. El avance japonés tampoco parecía tener freno en el escenario bélico del Pacífico.

Guerra de exterminio en el Este

1941

Ya la campaña militar alemana contra Polonia de 1939 tuvo rasgos de guerra de exterminio basada en una ideología racista. Debido a la violencia practicada tanto por Hitler como por Stalin, más de seis millones de polacos perdieron la vida durante la ocupación alemana. La mitad fueron judíos víctimas de la Shoá, el Holocausto. La invasión de la URSS el 22 de junio de 1941 tuvo desde un principio el objetivo de conquistar “espacio vital” para la “raza superior” alemana y explotar económicamente a los “seres inferiores” de Europa Central y Oriental. En la URSS murieron 27 millones de seres humanos, entre ellos 18 millones de civiles. La URSS no solo consiguió repeler el ataque, sino que lanzó una contraofensiva que llevó a sus tropas a las puertas de Berlín en la primavera de 1945. La hambruna fue una de las armas más letales en la guerra de exterminio alemana. Más de tres millones de soldados soviéticos perecieron por desnutrición en los campos de prisioneros de guerra alemanes. Cerca de un millón de personas murieron por inanición durante el sitio de Leningrado por los alemanes, que duró casi 900 días. Fusilados sumariamente fueron no solo comisarios políticos del Ejército Rojo, sino también numerosos civiles, como forma de represalia. Al dar por perdida la guerra en el frente oriental tras la batalla de Stalingrado, la Wehrmacht puso en práctica una política de “tierra quemada” en su retirada. La represión del Alzamiento de Varsovia y la destrucción de la ciudad a manos de la SS y la Wehrmacht en agosto de 1944, hechos que el Ejército Rojo nada hizo por impedir, pusieron un sangriento punto final a la guerra de exterminio en el Este.

Persecución y asesinato de los judíos europeos

1942 Desde la llegada de Hitler al poder, el antisemitismo y el racismo formaron parte de la doctrina de Estado. Los judíos alemanes sufrieron inhabilitaciones profesionales, boicots económicos e injurias públicas. Las privaciones de derechos se extenderían todavía más a raíz de las “leyes raciales de Núremberg” de 1935. El 9 de noviembre de 1938 la judeofobia se tornó en una primera orgía de violencia. Durante los pogromos de noviembre, miembros de la SS y la SA prendieron fuego a sinagogas y saquearon negocios y viviendas. Decenas de miles de judíos fueron deportados a campos de concentración, cientos de ellos asesinados. Poco tiempo después, el “Decreto de exclusión de los judíos de la vida económica alemana” impuso la “arianización forzosa” de los bienes de propiedad de judíos. Alrededor de 250.000 judíos alemanes lograron emigrar en los años treinta. Pero 190.000 no quisieron o no pudieron abandonar su país hasta finales de 1939. Tras la ocupación de Polonia, el Holocausto adquirió dimensiones europeas. Los judíos polacos fueron confinados en guetos, miles de ellos vilmente asesinados. La invasión alemana de la URSS marcó el inicio del genocidio sistemático. Mientras que fuerzas de la policía y la SS asesinaban a cientos de miles de judíos con ayuda de la Wehr­macht, la SS preparaban la masacre a escala industrial. En la Conferencia de Wannsee, celebrada el 20 de enero de 1942, el aparato del Estado se involucró oficialmente en la “solución final de la cuestión judía”. Ese programa de exterminio sin precedentes se puso en práctica en los campos de Belzec, Sobibor, Treblinka y Auschwitz-Birkenau. Fueron asesinados, según estimaciones mínimas, seis millones de judíos europeos.

Resistencia contra el nacionalsocialismo

1943

Fueron muy pocos quienes en Alemania opusieron resistencia al régimen nazi. No llegó a producirse la insurrección obrera contra Hitler que anhelaban socialdemócratas y comunistas. Los grupos ilegales que se formaron en 1933 fueron aniquilados rápidamente. Los éxitos de Hitler le granjearon el apoyo casi unánime de la “comunidad del pueblo alemán”. No se volvió a formar una nueva resistencia sino cuando se materializó la amenaza de guerra. Una conspiración de oficiales que pretendían poner freno a los preparativos de guerra de Hitler en 1938 fracasó tras el éxito del dictador en la Conferencia de Múnich. El “Führer” se salvó por casualidad del atentado con bomba cometido por Georg Elser el 8 de noviembre de 1939. La “Orquesta Roja” (Rote Kapelle) advirtió a Moscú en vano de los planes alemanes de invasión de la URSS. Dentro del Reich, los opositores se encontraban aislados. La situación era diferente en los países ocupados por Alemania: aunque el colaboracionismo también formaba parte del día a día, en casi todas partes surgió un movimiento de resistencia que desafió a las fuerzas de ocupación con desobediencia civil y, al poco tiempo, con las armas. La resistencia de los daneses y holandeses contra la deportación de sus compatriotas judíos, los partisanos en Francia, Italia, Yugoslavia, Grecia y la URSS, la resistencia en Checoslovaquia, pero sobre todo la lucha librada por el Ejército Nacional Polaco y los habitantes del gueto de Varsovia forman parte de la historia de la liberación europea. A ello se suma también el atentado fallido contra Hitler del 20 de julio de 1944, que podría haber puesto fin a la guerra. Para derrotar a la Alemania nacionalsocialista desde fuera fue necesaria una alianza entre socios tan dispares como la URSS en el Este y EE.UU. y Gran Bretaña en Occidente.

Fin de la guerra y nuevo orden

1945

El 8 de mayo de 1945 terminó la II Guerra Mundial en Alemania, saldándose con un espantoso balance de 45 millones de muertos en Europa. A partir del 15 de agosto el alto el fuego también se extendió al Pacífico, después de que los EE.UU. destruyeran con bombas atómicas las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Las potencias vencedoras asumieron la autoridad de gobierno en Alemania, que quedó dividida en cuatro zonas de ocupación. Su objetivo era alcanzar una seguridad duradera frente a Alemania mediante la desmilitarización y descentralización del país, así como la desnazificación y democratización de la población. Mientras que en la Conferencia de Yalta de febrero de 1945 los aliados ya se habían repartido la Europa de la posguerra en esferas de influencia y asignado amplias áreas de Europa Central y Oriental a la URSS, en la Conferencia de Potsdam de julio de 1945 acordaron crear Estados-nación homogéneos en Europa Central y Oriental. La parte norte de Prusia Oriental fue incorporada a la URSS, mientras que Polonia fue desplazada de un plumazo hacia el oeste hasta los ríos Oder y Neisse. El acuerdo de Potsdam contemplaba el “reasentamiento” de “forma humana y ordenada” de la población alemana de Polonia, Checoslovaquia y Hungría. Para los 12,5 millones de alemanes que a partir de 1944 fueron evacuados, huyeron y finalmente fueron expulsados, la realidad fue muy otra. No tardaron en hacerse patentes las diferencias políticas e ideológicas entre el Occidente democrático y la Unión Soviética comunista. La incipiente confrontación Este-Oeste aceleró la integración de Europa Occidental, en la que a partir de los años cincuenta también se incluyó a la República Federal de Alemania, la Alemania Occidental.

Democracia en el Oeste, 
dictadura en el Este

1947

En 1947 la brecha entre el mundo occidental y la URSS quedó patente. ElPresidente estadounidense Truman aseguró a todos los “pueblos libres” su apoyo en la lucha contra el “totalitarismo”. Simultáneamente Washington anunció el Plan Marshall, con el que se financiaría la reconstrucción de Europa. A diferencia de lo que había sucedido tras la Primera Guerra Mundial, los EE.UU. no se retiraron de Europa. Si bien hasta entonces Stalin había mantenido algunas expresiones de diversidad política en Europa Central y Oriental, en 1948 comenzó el proceso de sovietización de sus dominios. El régimen del partido comunista y la economía planificada fueron instaurados de forma implacable, se persiguió todo atisbo de oposición, así como a las Iglesias. Los brotes de resistencia armada aparecidos después de 1945 en el Báltico, Polonia, Rumanía y Ucrania fueron brutalmente aplastados. Los procesos farsa crearon un ambiente de terror permanente. Sobre Europa había caído un Telón de Acero que no solo dividía el continente, sino también a Alemania y Berlín. Desde su constitución en 1949, los dos Estados alemanes se integraron en sus respectivos sistemas políticos y económicos. Mientras que la RDA fue desde un principio una dictadura, la República Federal de Alemania quedó legitimada mediante la celebración de elecciones libres. Como en casi toda Europa Occidental, surgió una democracia parlamentaria que se fue asentando en la sociedad gracias al auge económico y el desarrollo del sistema de seguridad social. A diferencia del período de entreguerras, el enfrentamiento político se trasladó de las calles al Parlamento, donde las distintas opciones políticas 
adquirieron capacidad de consenso.

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© „Diktatur und Demokratie im ­Zeitalter der Extreme“, Bundesstiftung zur Aufarbeitung der SED-Diktatur www.bundesstiftung-aufarbeitung.de/ausstellung2014