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Lugar de añicos y de luz

En ningún otro lugar la historia franco-alemana se percibe tanto como en la catedral de Reims.

11.06.2014
Reims Kathedrale
© Jonas Ratermann - Reims

Puede un lugar contribuir a la reconciliación? Claro que son principalmente los pueblos los que deben mantener viva la memoria y trabajar por un futuro de paz. Pero a veces también un lugar puede constituir la esperanza de futuro, un símbolo de la transición del ayer al mañana, un elemento clave de la historia contemporánea. La catedral de Reims es uno de esos lugares. En ningún otro sitio como en esta iglesia se percibe tanto la historia franco-alemana. Historia de una enemistad, historia de una amistad.

El horrendo hecho que relaciona inseparablemente a ambas naciones en este lugar tuvo lugar en otoño de 1914, cuando los soldados alemanes tomaron la catedral apoyados por un fuerte fuego de artillería, plenamente conscientes de que la catedral era un emblema nacional para Francia. Durante siglos, cientos de reyes de Francia habían sido coronados allí. El fin de ese ataque, que hizo que quedara carbonizado el tejado, una obra maestra de arte gótico, era humillar al adversario. Así, en aquellos primeros días de la Primera Guerra Mundial, Reims se convirtió en la encarnación de la barbarie y la enceguecedora furia. También en la Segunda Guerra Mundial la ciudad del noreste de Francia tuvo un gran valor simbólico. El 7 de mayo de 1945, el coronel general Alfred Jodl firmó en el cuartel general de los Aliados en Reims, el documento de la rendición incondicional de Alemania.

Unos 17 años más tarde comenzó el proceso de transformación, y Reims se fue convirtiendo de un símbolo del horror a un lugar de la reconciliación. El 8 de julio 1962, el presidente francés Charles de Gaulle y el canciller alemán Konrad Adenauer participaron en una misa de reconciliación oficiada en la catedral, una primera y cautelosa aproximación, sellada seis meses más tarde en 1963 con la firma del Tratado de amistad franco-alemana en el Palacio del Elíseo. 50 años después de la reunión de Reims, François Hollande y Angela Merkel reafirmaron la promesa de cooperación.

También a través de grandes gestos políticos, los caminos de los dos países se han cruzado en esa Catedral. Francia adjudicó el encargo de diseñar algunos de los grandes vitrales detrás del altar al artista alemán Imi Knoebel. Más valor simbólico, imposible: se permitió que un alemán se inmortalice en este lugar asociado a tanto dolor para los franceses, en el que se percibe tan claramente la absurdidad de la guerra, al igual que en la cercana Verdún, con sus interminables campos de tumbas.

Al parecer, Imi Knoebel no se ha dejado guiar por la sobriedad en su obra. Las seis imágenes en los vitrales, que ocupan en total una superficie de 115 m2, son verdaderas explosiones de color – estructuras brillantes, fragmentadas y relampagueantes de piezas desiguales. Iluminan el espacio interior y transmiten una sensación de ruptura; son bellas pero a la vez inquietantes. Para las diferentes piezas, Knoebel eligió tonos vivos de color rojo, amarillo y azul. La luz cae sobre el interior como añicos en llamas. Con colores intensos y filosos fragmentos, el artista recuerda los terribles hechos sucedidos en ese lugar, pero demostrando a la vez una cierta humildad.

Sin embargo, muchos se han preguntado si esto es correcto. ¿Resulta apropiado instalar una moderna, luminosa, colorida y muy original obra artística en esta iglesia tan llena de historia, aún más en un lugar tan alejado del arte religioso? Los vitrales de Knoebel no se parecen a los otros vitrales de la catedral. Algunos de ellos se remontan a la Edad Media y han sido restaurados, otros fueron diseñados posteriormente por otros artistas. En ellos se representa la historia bíblica o la laboriosa vida de los viticultores en la Champaña, en los alrededores de Reims. Un lugar importante en esta amplia iglesia lo ocupan, al final del pasillo central, los vitrales de Marc Chagall. En suaves tonos de azul se ilustran allí pasajes del Antiguo y del Nuevo Testamento. Las expresivas obras de Imi Knoebel se agrupan a ambos lados de dichos vitrales y se podría temer que las pudieran eclipsar. Pero nada de eso ha sucedido. El masivo colorido añade una nueva dimensión a los vitrales de Chagall.

Con las imágenes de Imi Knoebel, penetra en la catedral una nueva arte, tal vez no política pero profundamente humanista, para convertirse en una parte inseparable de este vivo monumento, para constituir un adecuado telón de fondo de advertencia para futuros encuentros franco-alemana en un lugar tan especial. ■