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El anhelo 
de calidad

La industrializada Alemania es también un país con exquisitas artesanías y manufacturas.

09.09.2013
© picture-alliance/dpa - Manufactories

Sobre manufacturas y productos hechos a mano

El trabajo manual no morirá, a pesar de que existan máquinas cada vez más perfectas que realicen las tareas que antes estaban reservadas a la mano humana. Durante mucho tiempo no se dio al trabajo un alto valor moral y ético: era una maldición, un castigo por la rebelión del primer ser humano contra su Creador. Adán y Eva debieron abandonar el Paraíso, en el que no existía el trabajo, y fueron condenados a “comer el pan con el sudor de su rostro”. Adán labró el huerto y Eva hiló. Los seres humanos trabajaron desde entonces con las manos para asegurar su supervivencia, si bien en formas cada vez más perfeccionadas. No obstante, siguió soñando el sueño de saciedad y ocio sin esfuerzos, de la tierra donde hay un río de miel y otro de leche, y entre río y río, una fuente de mantequilla y requesones, que caen en el río, en pocas palabras: el sueño de una vida sin trabajo. El más apreciado privilegio de la aristocracia era que no tenía que trabajar. Incluso Santo Tomás de Aquino advertía a las gentes que no debían trabajar más que lo necesario para llevar una vida adecuada. Como la necesidad de trabajar, no obstante, seguía existiendo, el ser humano intentó hacer desaparecer ese agobio de la faz de la tierra, para volver a los magníficos días del legendario comienzo, de ser necesario con astucia. “Mecané”, el origen de nuestra palabra “máquina” significa en efecto “astucia”. ¿No contiene esa palabra ya todo lo que dio pie más tarde a la crítica de la tecnificación y sus consecuencias?

Los que filósofos, físicos e idealistas idearon para abolir el esfuerzo llevó a nuestra cultura del trabajo, que marcó los siglos XIX y XX como nunca antes en la historia. Sorprendentemente, el avance triunfal de las máquinas abrió, sin embargo, también la mirada hacia el valor y la belleza del trabajo manual. Es la subversión de todos los valores: “banausos”, la palabra griega que en su forma alemana de “banause” se usa para describir a todos aquellos que rechazan la poesía, no significó en sus orígenes otra cosa que “artesano”. Hoy tenemos la impresión de que los pilares de la cultura europea son, sin embargo, justamente los artesanos. La forma que hoy tiene el trabajo, dominado por la técnica moderna, nos hizo ver al artesano como lo contrario de lo que fue durante milenios: un artista. ¿Qué fue del yugo que hizo quejarse de agobio a los seres humanos en talleres, atelieres, herrerías y telares? Una mirada a un antiguo taller, con las herramientas forjadas a mano, mesas de madera con numerosas entalladuras, el delantal de cuero negro, el hornillo, las pequeñas ventanas que dan a un ordenado patio nos parece permitir ver hoy el paraíso perdido. Esa sensación deja claro también cuán profundamente transformó la Revolución Industrial todo nuestro mundo experiencial.

Debemos recordar, sin embargo, que la artesanía más noble se ha conservado hasta nuestros días en una forma que proviene de la industrialización temprana. Los reyes y príncipes del Absolutismo, a su cabeza Luis XIV, crearon los primeros modelos de producción en serie, las manufacturas, en las que concentraron el trabajo manual en grandes unidades racionalizadas. Siguiendo el modelo de Sèvres y Beauvais surgieron también en Alemania numerosas importantes manufacturas, en primer lugar naturalmente las manufacturas de porcelana, pero también de relojes, vidrio y muebles. Los muebles del ebanista David Roentgen, de Neuwied, en el sudoeste de Alemania, por ejemplo, alcanzaron fama mundial en el siglo XVIII. Siguiendo el modelo de esas antiguas manufacturas ha surgido en los últimos tiempos un movimiento de producción artesanal organizada: plumas estilográficas e instrumentos musicales son hechos hoy a menudo preciosamente a mano.

Una determinada forma de producción crea también un tipo de ser humano caracterizado particularmente por su trabajo. Los jóvenes redescubren hoy el trabajo manual, porque reconocieron que con las manos es posible realizar cosas que ninguna máquina es capaz de hacer. Donde se aprecian la belleza, el valor y la singularidad de un objeto, la artesanía asume un papel casi mágico. El sastre jorobado volcado sobre su mesa y el zapatero parpadeante en medio de la penumbra de su taller han dejado lugar a orgullosos propietarios de caros y admirados atelieres, que hasta dan su nombre a una loción para después del afeitado, envasada en un brillante frasco de cristal. La artesanía abarca hoy toda una serie de atractivas y creativas profesiones. Pero, ¿son esas profesiones ejercidas hoy realmente por artesanos? Las familias de artesanos surgieron en el pasado de acuerdo con los mismos principios de las dinastías reales. El hijo del sastre se hacía sastre y se casaba con la hija o la viuda de un sastre. La propietaria de una maestría en sastrería era una reina y traía consigo como dote la inscripción en el registro del gremio y la cofradía. El aprendizaje comenzaba, sin embargo, muchos antes que hoy. En realidad 
comenzaba con los primeros pasos que el niño daba en el taller de su padre, aspiraba su aire caracterizado por la singularidad y las tradiciones de ese arte, que había sido ejercido justamente allí, en ese taller, en esa ciudad, durante siglos. La artesanía no era una profesión elegida libremente, siguiendo las preferencias individuales y las posibilidades en el mercado de trabajo, sino un destino, una expresión práctica de la historia y cultura de una ciudad o una región.

Los artesanos se transformaron así, más que otros estamentos, en los conservadores natos de las características propias de la región de la que provenían. Conocían los materiales que daba su tierra, sabían cuál era la calidad de los cueros y la lana de los animales, porque sabían cómo se alimentaba el ganado; conocían las cualidades de la madera y las ventajas y desventajas del clima, sabían qué plantas crecían mejor en qué lugar y en qué sitio los rayos de sol iluminaban con más intensidad. Las herramientas del artesano eran la continuación de sus órganos. La invención y el desarrollo de las herramientas no fueron un producto del desmembramiento, sino de la detallada observación del cuerpo humano. Los mangos de un cuchillo y de un martillo, los pesos de las tijeras de sastre, los alicates y los mazos de mortero surgieron de los más sutiles análisis de la mano humana. Las herramientas irradian el singular goce que da un peso físicamente bien repartido: su gravedad se transforma en manejable.

Haber hecho un valioso objeto con las propias manos y las herramientas correspondientes –un armario, un traje, un zapato, un pan, un tonel, una campana– nos llena de orgullo y nos proporciona la sensación de abarcar y dominar una parte del mundo, aunque sea diminuta. La experiencia de poder crear formas y orden en el caos del universo a través de los sentidos humanos y la fuerza física posibilitó a los artesanos crear muchas maravillosas obras que aún hoy admiramos. ¿Serán capaces las actuales generaciones de crear, con su fuerza de titanes dominada por las máquinas, obras comparables?