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Un escenario 
para la sociedad abierta

La visión de Shermin Langhoff de un escenario postmigratorio convence entretanto a críticos y público

18.06.2015

Los jefes alemanes no llevan camisetas en las que aparece escrito en grande el nombre de la empresa. Tampoco los jefes de teatros alemanes. Pero Shermin Langhoff es un tanto diferente. La intendente del teatro Maxim Gorki de Berlín lleva en el trabajo, con orgullo, el producto de promoción de la casa. Estrecha la mano con el apretón típico de los gamberros e irradia buen humor por doquier, como si su trabajo no fuera estresante, sino unas vacaciones. Pero, sin duda, tiene motivos para tal euforia. Tan solo un año después de asumir la dirección del más pequeño de los cinco teatros estatales de Berlín, el Gorki ha sido elegido “teatro del año”. La sala se llena, varias obras viajan a festivales, ella y sus artistas se mecen en una ola de simpatía.

El caso es que cuando empezó en 2013 se “equivocó” en todo. Shermin Langhoff otorgó al Gorki un claro enfoque temático, algo nuevo en un teatro municipal alemán, contrató a un montón de actores desconocidos con nombres difíciles de pronunciar para los alemanes, no hizo caso de ninguno de los buenos consejos para crear un programa de éxito e ignoró soberanamente que este teatro sin apenas subvención no cuenta con reservas en caso de fracaso. Y es que Shermin Langhoff tiene un programa, para el que hace tiempo que 
hacía falta una gran emisora.

El nuevo lema de Langhoff para el Gorki era “teatro postmigratorio”. De un teatro en un patio interior del barrio berlinés de Kreuzberg, en el que durante cinco años desarrolló su idea de un escenario intercultural, en el típico “refugio” de barrio, pasó al patio interior de las grandes instituciones culturales de Berlín en el paseo Unter den Linden. La validez de su rotunda afirmación de que un teatro de los advenedizos debería formar parte esencial de la autognosis alemana, ha quedado demostrada en el edificio en forma de templo que en su día fuera una academia de canto y que ahora alberga el teatro desde 1952.

Entre la Universidad Humboldt y el Museo Histórico Alemán, donde se ha consolidado el “teatro postmigratorio”, es posible que crean que la internacionalidad en la Alemania moderna es algo que se sobreentiende. Es cierto que en la sociedad, tras 25 años de reunificación, en muchos aspectos es así. Pero mientras que en los teatros municipales con frecuencia hay directores de Europa Occidental y Estados Unidos como invitados, en las compañías raramente hay actores de Turquía, África o Europa del Este. La perspectiva desde la que se tratan los temas sobre el escenario cambia a través de los directores y actores con identidades híbridas y polifacéticas historias migratorias.

“Nuestro teatro refleja la composición de la ciudad”, dice Langhoff. En su compañía internacional se entrecruzan las trayectorias vitales a lo largo de continentes con raíces en Kazajstán, Israel, África o Schrobenhausen hasta aunarse en este proyecto común. El “origen”, de acuerdo con las normas de selección de empleados, “no tiene ninguna relevancia”. Este podría considerarse un mensaje esencial. En este “proyecto de zonas conflictivas”, como lo llama Langhoff, no se hace ni arte de clientela 
para un grupo de población específico, ni se tiene una falsa consideración con sensibilidades nacionales. Cuando, por ejemplo, 
Shermin Langhoff, oriunda de Turquía, inicia una serie de proyectos sobre la masacre de armenios en 1915, que el Gobierno de su país de origen no considera genocidio; o cuando el grupo de actores “Zentrum für politische Schönheit” desmonta la cruces conmemorativas, que recuerdan a las víctimas del Muro, durante las celebraciones de la caída del mismo para colocarlas en las fronteras exteriores de la Unión Europea, donde hoy mueren refugiados, entonces, el Gorki se muestra como teatro que defiende la humanidad sin fronteras con un gran horizonte histórico y sin parcialidades nacionales. “Nos tomamos la historia como algo personal”, dice Langhoff, “es lo que nos caracteriza”.

La experta en “rebeldía cordial” cuenta a su lado, como cointendente, con un dramaturgo, Jens Hillje, quien conoce el teatro alemán al dedillo, entre otras cosas, por haber formado parte 
durante diez años del equipo de dirección del teatro Berliner Schaubühne. Al contagioso optimismo de su compañera aporta él un pesimista análisis de la sociedad. “La experiencia de que en todo Estado es posible ir en una dirección política totalmente distinta es una de las experiencias y asunciones fundamentales de este teatro”, dice Hillje en referencia a la evolución antidemocrática y los conflictos actuales en el centro y este de Europa y en Oriente Próximo. Lo que une al dúo directivo es la creencia en un teatro popular moderno. Con ello no se refieren a un teatro dialéctico o de comedia ligera, sino a “un teatro dirigido a todos y no solo a las capas sociales burguesas”. Langhoff lo llama “teatro popular urbano”. A esta población urbana, el programa ofrece clásicos de Ibsen, Hebbel o Kleist actualizados temáticamente, así como comedias sobre la vida como islamista u homosexual en una pequeña ciudad, proyectos sobre la guerra civil yugoslava u obras narrativas de ritmo trepidante sobre problemas de los barrios berlineses.

El hecho de que este nuevo teatro popular resulte a veces un poco estridente, simple o didáctico, por un lado, hace que a muchos críticos les parezca mucho mejor el proyecto en su conjunto que sus productos por separado, pero, por otro, los espectadores 
se sienten llamados y acuden en masa al teatro postmigratorio. “Este público quiere ahondar en los temas“, comprueba Hillje con orgullo. Y Langhoff añade: “La gente se siente aludida en 
toda la heterogeneidad que caracteriza a Berlín”.

De esta heterogeneidad forman parte también los líderes políticos del país. La canciller Angela Merkel, cuyo domicilio privado no está lejos del teatro, se cuenta entre los espectadores, al igual que el presidente federal Joachim Gauck o el ministro de Relaciones Exteriores Frank-Walter Steinmeier, que también participa en charlas-taller del Gorki. Shermin Langhoff aprecia expresamente el amplio interés que despierta la discusión sobre la apertura y la diversidad de la sociedad alemana a la que cada día dan un nuevo impulso desde aquí. No obstante, también teme un poco la “hipersimpatía”. Los temas de los que se ocupa el Gorki, es decir, la huida y los conflictos interculturales, no están hechos para generar un gran consenso.

“No estaríamos aquí si no hubiera algo que hacer“, dice Hillje bien en serio. Pero los viejos intentos de fomentar una sociedad libre y justa mediante la oposición de izquierda y derecha, los grandes “ismos” o la pedantería intelectual, no son ningún ejemplo a seguir para los postmigrantes. “Al final, toda explicación gira en torno a la cuestión de quién es decente y quién es un canalla”, concluye Shermin Langhoff. Transmitir ese mensaje crítico del teatro a la sociedad probablemente se consigue mejor con ese entusiasmo que sencillamente se desborda en una frase. “Me 
parece tannn importante la labor política que hacemos aquí“, dice Langhoff llena de júbilo en mitad de la charla. Ante eso solo queda decir: el país necesita más jefes como ella. ▪