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Iris Berben, ávida de vida

Iris Berben desempeña en el cine y la TV papeles de mujeres fuertes. Y también en la vida real da la cara.

20.12.2012
picture-alliance/Sven Simon - Iris Berben
picture-alliance/Sven Simon - Iris Berben © picture-alliance/Sven Simon - Iris Berben

La primera impresión: una espalda doblada vestida de negro. Iris Berben nos espera sentada en un hotel de Berlín y ni siquiera levanta la cabeza cuando entramos al salón para la entrevista. ¡Qué delgada! ¡Qué descortés! De pronto se da vuelta rápidamente, se disculpa, con un smartphone en la mano, y nos dice que justo en ese momento acaba de enterarse de que el Partido Socialdemócrata Alemán se ha puesto de acuerdo con respecto al candidato para canciller federal, lo que la ha impresionado mucho. Antes de volver a sentarse, esta vez erguida, antes de hablar sobre su vida y su trabajo, locuaz, reflexiva y siempre con una risa contagiosa, mira hacia la ventana, por las que entran los rayos del sol de otoño, y dice: “Allí afuera está la verdadera vida.”

Desde hace 40 años, Iris Berben pertenece a la televisión de Alemania como el noticiero. En la primera mitad de su carrera, la actriz estaba considerada poco más que una belleza y una cómica nata. Hoy, los redactores culturales saben qué significa para Alemania. Cuando se necesita una esposa de industrial para un filme en tres partes (“Krupp”) o una saga familiar es llevada a la pantalla grande (“Los Buddenbrook”), donde se requieren mujeres fuertes y decididas, la primera candidata es siempre Iris Berben: el voluminoso cabello negro, en forma; la gesticulación, controlada. La actriz es calificada a menudo de la más popular y exitosa de su generación. Desde el 2010 representa al filme alemán como presidenta de la Academia de Cine.

La prensa sensacionalista, con su permanente apología de la juventud, tematiza una y otra vez la edad y el aspecto de Iris Berben. “Cuando cumplí 50, el eco mediático fue tal que parecía ser yo el único ser humano del mundo que a esa edad podía caminar efectivamente solo por la calle”, dice Iris Berben, regocijada. Para los 60 no se dejó ver. A pesar de que sus consejos de belleza para una piel tersa fueron publicados ya hace tiempo en forma de libro. Esta mujer con una figura de ensueño delata que ama el chocolate caliente con crema y que nunca se mortificó con el deporte. Además, la edad no es tema para ella, pues se siente hoy tan curiosa y apasionada como siempre. No obstante, acota: “Me doy cuenta de que debo administrar mis fuerzas de otra forma. Y la muerte me enfurece.” Corta pausa. “No me refiero a la eterna juventud, sino que me gustaría seguir viviendo… porque me gusta vivir.”

No puede sorprender entonces que esta mujer se niegue a escribir su autobiografía. Hacer un balance sería casi como poner un punto final. En lugar de ello acaba de publicar el libro “Un año, una vida”, en el que, en extensas entrevistas con el periodista Christoph Amend, deja claro que… Iris Berben está en la plenitud de la vida. Y muy ocupada entre rodajes, lecturas públicas y actividades como presidenta de la Academia del Cine. Adicta a lo que ella llama la vida real. Durante nuestra conversación en Berlín, la gran dama de la televisión alemana se presenta vivaz como una muchacha. Sus frases no apuntan a un determinado objetivo, una idea genera la siguiente. Una búsqueda con substancia.

Iris Berben trabaja además desde hace 30 años públicamente contra el antisemitismo y la violencia de extrema derecha en Alemania. Regularmente lee en público textos de víctimas judías del nacionalsocialismo y apoya la iniciativa “¡Dar la cara!”, que se ha trazado como objetivo redoblar el compromiso cívico. ¿Por qué? “La vergüenza”, contesta. A los 17 años de edad viajó por primera vez a Israel. Quizás justamente porque el Holocausto no era tema en las escuelas de los nacidos en los años 1950, el encuentro en Israel con un sobreviviente la conmovió. “No se puede obligar a tener vergüenza y yo pertenezco a otra generación”, agrega luego. “Pero creo que puede exigirse que hay que buscar un acceso al tema y que debe ser visto como un trozo de identidad del país en el que se vive”, dice. Por su compromiso, Iris Berben recibió en 2002 el Premio Leo Baeck del Consejo Central de los Judíos en Alemania.

Como actriz, Iris Berben puede elegir hoy con quién quiere trabajar. Y elige cuidadosamente sus papeles. Por un lado se autodefine como una “fanática del control”. Por otro lado dice: “Soy seguramente una persona intensamente emocional”. Sabe que su necesidad de autocontrol también tiene una función de protección. “Siempre digo: está muy bien salir de la calle. Rodar. Levantarse a las cinco. Que me vengan a buscar. Que me vistan. Que me pinten. Y tener un papel en la mano en el que dice qué tengo que decir hoy”. El corsé del rodaje contra las exigencias de la propia sensibilidad. Esa contradicción entre la disciplina y las emociones ha marcado su vida. Luego de la separación de sus padres, se crió con sus abuelos, luego fracasó en diversos internados hasta abandonar el colegio sin el bachillerato. Más tarde es arrastrada por el torbellino del movimiento estudiantil y le son ofrecidos los primeros papeles. A los 21 años tiene un hijo. Hasta hoy no delata quién es el padre. Su hijo, Oliver Berben, es hoy un reconocido productor de televisión. Iris Berben confiesa que no sirve para tener una vida ordenada. Nunca se casó. Se mudó de Múnich a Berlín y se siente en casa tanto en Nueva York como en Israel y Portugal, donde vive su madre.

No obstante, no tiene ningún lugar al que llamar patria. “A menudo pienso por qué el concepto portugués de saudade es una de mis palabras preferidas. La mejor traducción sería añoranza. Pero saudade es una añoranza de algo que no se puede describir.” Ningún lugar. Ninguna persona. ¿Una carencia? “No”, dice Iris Berben con una sonrisa, “es hermoso seguir en la senda hacia allí”. ▪