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Los creadores de música

La música clásica es muy apreciada en Alemania y el panorama de orquestas alemán goza de fama mundial.

09.09.2013
© picture-alliance/dpa - Sir Simon Rattle

George Bernard Shaw, el poeta irlandés, socarrón y mordaz crítico cultural, abogaba en su día por la construcción a la altura de Richmond, Londres, de un gran teatro siguiendo el ejemplo de Bayreuth. Pero no porque pensara que así los ingleses podrían llegarles a los talones a los alemanes en cuestión de música. No, él abogaba más bien por un Bayreuth inglés porque odiaba el tren a la izquierda del Rin y consideraba insoportable la comida alemana.

Dejando aparte si la cocina del Reino Unido en aquel entonces era realmente mejor que la de Alta Franconia y los ferrocarriles de la Chatham o Great Eastern Railway más lujosos que los de la Deut­sche Bahn con su “cadena de tambaleantes contenedores de basura”, como le gustaba denominarlos sarcásticamente a Shaw con la música alemana, siempre que fuera ejecutada adecuadamente, no dejaba que se metiera nadie. Shaw, era hijo de una cantante y apasionado seguidor de Wagner que sabía tocar muy bien el piano y escandalizaba a sus compatriotas como excéntrico crítico musical bajo el seudónimo Corno di Bassetto.

Hay otro artista de renombre que también fue un incondicional admirador de Alemania como país de la música: el compositor francés Hector Berlioz, que en su novela “Eufonía” crea una fantástica imagen del país vecino en la que cada niño viene a tocar un instrumento, cada adulto tenía que tener que ver algo con la música y la policía se encargaba de que esto siguiera siendo así. Es posible que Shaw y Berlioz formularan a veces su peculiar 
admiración por la vida musical de Alemania como una provocación consciente y un estímulo para el ejercicio de la música en su propio país, pero, en el fondo, Alemania era y es considerada la nación de la música por antonomasia y su infraestructura cultural, como única en el mundo. Un ejemplo destacado es la increíble densidad de actualmente 131 orquestas sinfónicas y de ópera, en la que se refleja la historia de Alemania con sus innumerables pequeños Estados y principados.

Muchas orquestas, como la del actual Teatro Estatal de Hesse en Kassel, que es la más antigua fundada en 1502 por el landgrave Guillermo II, surgieron en los principados alemanes entre los siglos XVI y XVIII. Entre ellas hay orquestas de gran tradición y prestigio actualmente, encabezadas por la Orquesta Estatal Sajona de Dresde, la Orquesta Estatal de Weimar y la Orquesta Estatal de Mecklenburgo en Schwerin. A la fundación de orquestas por parte de la nobleza y la Iglesia le siguió en los siglos XVIII a XX el desarrollo de una extensa cultura burguesa que, a partir de los años 1920 y tras la II Guerra Mundial, dio lugar al surgimiento de orquestas de radiotelevisión, así como municipales y estatales.

La reunificación alemana en 1990 supuso, no obstante, una notable incisión. Si bien el número absoluto de orquestas y teatros aumentó como es natural con la unificación, poco después dio comienzo una fase de consolidación con numerosas fusiones, reducciones e incluso desapariciones de orquestas, no siempre por motivos plausibles o para provecho de la región. No obstante, el panorama de orquestas germano sigue siendo asombroso, sobre todo si se tiene en cuenta que aproximadamente una cuarta parte de todas las orquestas culturales del mundo residen en Alemania. Aún más imponente es, sin duda, la infraestructura musical alemana si a las 131 orquestas con 83 teatros musicales se les añade la densa red educativa con 922 escuelas de música (con en torno al millón de estudiantes y 37.000 docentes), 27 conservatorios, cinco conservatorios eclesiásticos, innumerables universidades politécnicas, institutos pedagógicos y escuelas superiores técnicas, que gozan de una gran popularidad también en el extranjero. De los 30.639 estudiantes de profesiones musicales en universidades alemanas en el semestre de invierno 2011/2012, 7654 procedían de otros países, lo cual constituye un 25 por ciento.

Si Alemania es muy popular entre los futuros músicos no es solo por las grandes orquestas sinfónicas y las óperas con su puestos de plantilla asegurados por convenio colectivo. Los músicos estadounidenses, asiáticos o sudamericanos no vienen a Alemania por que les acepten con más facilidad en las escuelas superiores de música o en una de las muchas orquestas. Vienen porque el clima musical les resulta atractivo, ese ambiente musical difícil de definir que surge de una conciencia y tradición cultural general y de un específico público musical, esa densa red de organizaciones musicales estatales, municipales, eclesiásticas y privadas, toda la vital maraña de actividades musicales en este país de estructura federal, el cual –y esto tiene sus ventajas– se sigue mostrando culturalmente como tras el establecimiento de la unión aduanera: la mercancía musical puede circular libremente, pero cada lugar produce para sí mismo.

La cantidad de actividad musical oculta en sí al mismo tiempo la calidad, puesto que cuanto más ancha sea la base musical, cuanto más sólido sea el fundamento, más estable será la cima de la pirámide cultural. Por ello no es de extrañar que las orquestas culturales alemanas atraigan a tantos grandes directores internacionales y que la cultura orquestal alemana goce de una valoración tan alta en la escala mundial. La Orquesta Filarmónica de Berlín, la Orquesta Sinfónica de la Radiotelevisión Bávara, la Orquesta Gewandhaus de Leipzig, la Orquesta Estatal de Berlín, la Sinfónica de Bamberg y la Filarmónica de Múnich son seis de las compañías destacadas, no solo en el ámbito nacional, que cuentan con un director extranjero: Simon Rattle, Mariss Jansons, Riccardo Chailly, Daniel Barenboim, Jonathan Nott y Lorin Maazel, respectivamente. Y viceversa, muchos directores alemanes ocuparon y ocupan puestos importantes en orquestas internacionales, desde Cleveland y Nueva York a París, Praga o Tokio; y muchos gozan de prestigio en todo el mundo con sus compañías nacionales: Christoph Eschenbach, Christoph von Dohnányi, Kurt Masur, Gerd Albrecht, Markus Stenz, Matthias Pintscher o Christian Thielemann, que como director titular de la Orquesta Estatal Sajona de Dresde y su cargo en Bayreuth es en estos 
momentos probablemente el director alemán más codiciado.

Sin embargo, no hay que sobrevalorar el aspecto nacional justamente en algo como la música –más allá de todas las tradiciones musicales de un país e independientemente del incomparable mundo cultural–, dado que la realidad de la música viene a ser la siguiente: orquestas estadounidenses con directores titulares europeos; pianistas japoneses estudiando con profesores polacos en Filadelfia; directores de orquesta alemanes que perfeccionan su arte en Houston; fagotistas ingleses que estudian en Viena con un austríaco-croata, pero se ganan la vida en Canadá; oboístas israelíes que llevan la voz cantante en Budapest; docentes de orquesta finlandeses que enseñan a grabar música de películas antiguas de Hollywood a la Orquesta Filarmónica de Los Ángeles; bajos georgianos que causan furor en teatros italianos y, por último, orquestas luxemburguesas en las que –para sorpresa de los no entendidos– músicos de 20 naciones empiezan y dejan de tocar al mismo tiempo. Si hay un ámbito profesional en el que la nacionalidad de los que la ejercen, la sede de la escuela, la composición étnica de la formación y el origen del producto generado no desempeñan un papel crucial, ese es el de la música.