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20 años de la unidad alemana

El 3 de octubre de 1990, la RDA se adhirió a la República Federal de Alemania. ¿Cómo se ve la reunificación alemana 20 años después?

14.08.2012
© picture-alliance

Encima del escritorio se acumula una considerable colección de libros sobre el 20 aniversario de la caída del Muro, el 9 de noviembre de 1989, y la reunificación definitiva de ambos Estados alemanes, el 3 de octubre del año siguiente. Son memorias de los políticos participantes, de Occidente y del Este, de Helmut Kohl, Hans-Dietrich Gen­scher, Wolfgang Schäuble, pasando por Tadeusz Mazowiecki y Lech Walesa hasta George Bush (sen.), James Baker y Mijaíl Gorbachov, testimonios oculares de periodistas, brillantes estudios de historiadores estadounidenses, británicos y franceses sobre el fin de la Guerra Fría y el colapso del imperio soviético, que se produjo paralelamente al acelerado proceso de reunificación alemana.

Debo mencionarlo, porque la unidad alemana no fue un suceso aislado y sería incomprensible sin la participación de los vecinos europeos –sobre todo Polonia y Francia– y de las superpotencias, aún cuando el proceso interno alemán absorbió muchas fuerzas y a menudo hizo olvidar el contexto global. En pocas palabras: la unidad alemana es, también tomando en cuenta todas esas circunstancias, un logrado experimento, como pocas veces se ha dado en la historia, pero que no hubiera tenido éxito sin los vecinos europeos. Posible fue finalmente también porque los políticos alemanes occidentales responsables de entonces coincidieron que el objetivo sólo podía ser una “Alemania europea” y no un “Europa alemana”. No está fuera de lugar decir que los alemanes renunciaron a una senda nacional. No, su tamaño no se le subió a la cabeza a la República, y ello no debe interpretarse como arrogancia.

Hoy, en las universidades entre Aquisgrán y Dresde, Rostock y Friburgo comienza a estudiar la generación de jóvenes que nacieron luego de la caída del Muro y de la reunificación. Se dice que nos aproximamos automáticamente a una historización de la República Democrática Alemana (RDA), que se disolvió en su año de existencia número 41, adhiriéndose a la República Federal de Alemania. Algunas veces se intentó pegarle una nueva etiqueta al Estado: “República de Berlín”, para expresar que había surgido algo completamente nuevo. Pero la sociedad permaneció escéptica con respecto a ese tipo de caracterizaciones. Y con razón, porque sonaban demasiado grandilocuentes. La modalidad de adhesión de la RDA y de los cinco Länder del este de Alemania no fue un inicio de cero, ya que la Constitución de la República Federal continuó vigente. A la generación de escolares y estudiantes del año 2010 no es fácil explicarle, sin embargo, por qué ese tipo de adhesión –sin referéndum, sin elecciones, simplemente una adhesión como acto jurídico– provocó en su momento tanta irritación.

Exagerando algo podría decirse que las diferencias se han disipado por completo. Pero el comienzo no fue fácil. La fuga de cerebros jóvenes del este de Alemania, los perjuicios para la capacitación y el empleo, la pérdida neta de más dos millones de habitantes en el intercambio Este-Oeste, la desaparición de unos dos tercios de toda la industria de la RDA, el desempleo galopante, la transferencia de las empresas estatales a manos privadas (o su cierre definitivo), todo ello describe una realidad dura y a menudo amarga. La gran mayoría de la población del este, que anhelaba una rápida adhesión y también el cambio uno a uno de su moneda por el marco alemán, perdió de la noche a la mañana la seguridad económica, los empleos, debió recualificarse y adaptarse a condiciones de vida completamente diferentes. A ello se debió que los primeros diez años se registrara algo así como una “nostalgia de los viejos tiempos”, una tristeza por no sólo haber ganado la libertad (y pensiones seguras), sino por haber perdido también algo. En el oeste, con sus estructuras estables, su bienestar, la programabilidad de la vida, costó entenderlo. En ese sentido, el “muro en las cabezas”, del que se habló durante tanto tiempo, fue quizás en el oeste incluso más alto que en el este, donde la “adhesión” comenzó a mostrar lentamente, además de la libertad ganada, también su lado material positivo.

El este no ha alcanzado el nivel material del oeste. Los sueldos y salarios son hasta hoy considerablemente menores, el producto interno bruto per cápita es un 30 por ciento menor al del oeste. Es posible que partes del este de Alemania no puedan transformarse nunca en los “paisajes florecientes” de los que otrora habló Helmut Kohl. No obstante: el fondo “Unidad Alemana”, que en los primeros cuatro años y medio puso a disposición 115.000 millones de marcos; desde 1993, el primer pacto solidario (con el objetivo de equiparar las condiciones de vida), prolongado hasta hoy, y una transferencia de oeste a este en 20 años de 1,6 billones de euros para jubilaciones, la administración pública, el saneamiento urbano y el fomento de inversiones han transformado sorprendentemente los “nuevos Estados federados” y la nueva capital, Berlín.

No obstante, con esas cifras se obtiene una imagen equivocada. Alemania es hoy más policroma, sin duda está también socialmente más fragmentada: entre norte y sur, las metrópolis y la provincia, Berlín y Múnich existen tantas diferencias como entre el este y el oeste. Perimida ha quedado la discusión acerca de si el proceso de unificación podría haber tenido lugar de otra manera. Las circunstancias, podría decirse, no permitieron hacer una “pausa”, como deseaban tanto el por entonces presidente Richard von Weizsäcker como también muchos intelectuales del este. La mayoría de la población exigía una unificación relámpago y el canciller federal Helmut Kohl se colocó a la cabeza de ese movimiento.

En muchas áreas se produjo empero igualmente una convergencia del este y del oeste. Las universidades de Halle y Jena, Fránc­fort del Oder y Greifswald –hoy atractivas no sólo para estudiantes de las proximidades– ofrecen grupos de estudio más pequeños, mejores condiciones de trabajo y técnica más moderna. Sajonia, Brandeburgo y partes de Mecklenburgo-Pomerania Occidental superan con su dinámica de crecimiento incluso a florecientes Länder en el oeste, como Baviera o Renania del Norte-­Westfalia. En todo caso, el este no puede definirse más como única “zona de crisis”. También Länder y municipios del oeste pueden entrar en crisis. ¿Crisis climática? ¿Crisis financiera? ¿Crisis presupuestaria? La realidad nivela las diferencias de ayer.

Remitir a ello no significa ignorar las disparidades. El investigador de conflictos Wilhelm Heitmeyer, de Bielefeld, dice que rupturas sociales basadas en la marginación y el no reconocimiento se registran tanto en el oeste como en el este, si bien en este último con mayor dramatismo. Dos tercios de los habitantes del este dicen que son tratados como ciudadanos de segunda clase y tres cuartas partes se sienten perjudicados en comparación con los habitantes del oeste. Simultáneamente, sin embargo, y ello es parte también de este contexto, una gran mayoría en el este dice que la pacífica “Revolución de octubre” de 1989 fue un éxito. Y grandes mayorías en el este y el oeste tienen una opinión positiva sobre el actual sistema democrático.

Los alemanes del este poseen, en comparación con los del oeste, la ventaja de la “experiencia del fracaso”, escribió hace algunos años el ensayista Friedrich Dieckmann. Efectivamente, puede ser útil que la sociedad del este, acostumbrada a la escasez y las crisis, pueda reaccionar en forma más calma y flexible que aquellos que vivieron siempre en la sociedad occidental del bienestar. Y además, ¿no son las escuelas de pintura de Neo Rauch y los “jóvenes salvajes” en Dresde y Leipzig, Gerhard Richter, los escritores desde Thomas Brussig hasta Uwe Tellkamp e Ingo Schulze, y no por último los cineastas (“Callejón del sol” y “Good bye Lenin”) un indicio de la resistencia y la obstinación creativas?

Ahora parece perfilarse una convergencia cultural, que nos une y separa de forma completamente nueva, pero no de acuerdo con el esquema este-oeste. Escritores e intelectuales del este, como Daniela Dahn, han advertido hace ya tiempo que si bien el oeste se presenta como el “ganador”, en realidad no tiene viabilidad sin la contraparte del este (“sin este no hay oeste”). Pero cuando un autor como Ingo Schulze, nacido en 1962, escribe que “la discusión que no se llevó a cabo en 1990 podría y debería realizarse ahora”, ¿no expresa algo que une a muchos en el este y el oeste? Schulze se rebela contra la completa economización de la vida, que no fue un invento del oeste, sino un problema “sistémico”. Schulze escribe: “El crecimiento y la maximización de las ganancias han dejado de ser la varilla de zahorí que nos lleva raudamente al futuro. Los informes sobre el clima nos dan entre cinco y diez años para jalar del freno de emergencia. Mientras nosotros intentamos aumentar el consumo, mil millones de seres humanos pasan hambre y carecen de agua potable… A la internacionalización de la economía debe seguir una internacionalización de los ciudadanos, es decir, una internacionalización de la política. Hablar y discutir sobre los 20 años de la Revolución pacífica significa también reflexionar sobre nuestro mundo actual”.

No creo que se trate de una voz aislada, aunque no todo el mundo comparta las opiniones de Ingo Schulze. También otra irritación se desvanece: el debate sobre la adecuada gestión del pasado ya no discurre ni remotamente tan controvertidamente como durante los primeros años. Ese debate giraba en torno a cuán detallado debía ser el esclarecimiento sobre el “ancien régime” de la RDA, qué políticos del SED (Partido Socialista Unificado) y responsables de la Policía Secreta debían ser llamados a rendir cuentas y a quién podía concedérsele un “derecho a equivocarse” o la posibilidad de la reintegración. Una comisión investigadora del Bundestag sobre la “Historia y las consecuencias de la dictadura del SED en Alemania” intentó canalizar el descontento acumulado durante 40 años, y también la “Ley sobre los expedientes de la Policía Secreta” y la creación de la institución del Delegado Federal para los Expedientes de la Seguridad del Estado de la ex RDA realizaron un destacado aporte para un análisis ordenado del pasado.

Sin rechazar críticas fundadas, al fin y al cabo se logró hallar un camino intermedio entre el análisis sincero del pasado y el deseo de no dividir y paralizar por completo a la sociedad. “Los delincuentes se hallan entre nosotros” reza el título de un libro acusatorio. El autor, Hubertus Knabe, él mismo encargado de analizar los expedientes de la Policía Secreta, insiste en que muchos implicados no fueron castigados y que incluso han conservado influencia, y que muchos antiguos informantes de la Seguridad del Estado son protegidos o han hallado refugio en el partido político “Die Linke”. Ese partido, sucesor del SED de la RDA, logró en 1990, entonces todavía con el nombre de PDS, ingresar en el Bundestag. Es la fuerza política más joven de Alemania y está fuertemente representada sobre todo en los nuevos cinco Länder. Pero también en el resto de los Länder ha logrado ingresar ya en los parlamentos de los Estados federados, siendo la causa de que en Alemania se haya establecido un sistema de cinco partidos políticos. Pero la cuestión de la antigua pertenencia de sus miembros a la Policía Secreta ya no se plantea acaloradamente, sino que adquiere crecientemente una perspectiva histórica.

¿Qué fue la RDA? En su “Historia de la sociedad alemana”, de varios tomos, el historiador Hans-Ulrich Wehler describió a ese país incapaz de sobrevivir como mero Estado sátrapa, con una población doblegada y conformista, que no merece mayor análisis. Ello significa para los afectados que de esos 41 años de vida nada merece reconocimiento. El autor hirió a muchos en el este. Pero también esa controversia parece pasar a segundo plano. Así como incluso los opositores de tiempos de la RDA pueden decir sin ira 20 años después de la reunificación que en los años 1989/90 simplemente fueron arrollados por el alud de la reunificación. Ellos eran los demócratas, pero molestaban. Y por lo tanto se hundieron. Los ciudadanos, dice Ingo Schulze, no fueron convocados como ciudadanos, sino que se los eximió de toda responsabilidad con promesas electorales (introducción inmediata del marco alemán, paisajes florecientes). Jens Reich, que en 1994 se presentó como candidato para el cargo de presidente federal, dice que la unificación adolece desde entonces de un “déficit democrático”, pero sin nostalgia: la historia le pasó simplemente por encima.

¿Qué ha sido del país común? A Alemania no se le puede pegar una etiqueta clara y convincente que la describa en su esencia misma. La unificación transformó pro­fundamente el país, más de lo que éste mismo quiere reconocer. No obstante, hasta ahora existe consenso acerca de continuar por la “senda europea”. También fue integrado el este de Europa, en primer lugar Polonia. El resultado ha sido una comunidad de intereses, algo desflecada, algo funcional, pero estable, y ya no plagada por la penetrante pregunta de si las “dos almas de las medias naciones” (Karl-Heinz Bohrer), se han separado o unido. Hoy ello es tan normal que pronto sólo en los festejos de aniversarios se recordará que no siempre fue así.