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Más fuerte que todo lo que divide

Echamos una mirada retrospectiva simultáneamente sobre varios sucesos trascendentales, verdaderos cambios de era.

12.06.2014
© photothek Th. Imo/AA - Frank-Walter Steinmeier

No es una casualidad del almanaque lo que transforma este año de 2014 en un año del recuerdo muy especial. Echamos una mirada retrospectiva simultáneamente sobre varios sucesos trascendentales, verdaderos cambios de era: el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914, la “catástrofe primigenia del siglo XX”; el comienzo de la Segunda Guerra Mundial con la fractura civilizatoria que supuso el régimen nazi y la caída del Muro en 1989, que acabó en Europa con la era de la Guerra Fría. La caída del Muro fue el preludio de la reunificación de Europa y la ampliación de la Unión Europa hacia el este, en 2004, un hito que hoy también recordamos.

Todos esos sucesos dejaron profundas huellas en Europa. La pregunta es qué podemos aprender de ellos para conformar el futuro en paz y con confianza. En el año del recuerdo de 2014 eso significa analizar nuevamente y con mucho detalle cada uno de esos sucesos.

El comienzo de la guerra hace 100 años, o sea el colapso del frágil equilibrio europeo de fuerzas en el verano de 1914, es una angustiosa historia del fracaso de las élites, los militares y la diplomacia. Los viejos modelos de pensamiento del Congreso de Viena ya no estaban a la altura de la Europa de comienzos del siglo XX, complejamente interrelacionada y ya casi globalizada. Hubiera sido tarea de la diplomacia reflexionar y buscar el diálogo, ponderar alternativas e intentar llegar a compromisos. Para ello faltaban las herramientas, pero sobre todo, la voluntad.

En la memoria colectiva alemana, los horrores de la Primera Guerra Mundial quedaron más tarde opacados a menudo por la Segunda Guerra Mundial y los crímenes de lesa humanidad de la Shoah. Cada vez quedan menos testigos que nos puedan ayudar a mantener despierto el recuerdo de la era más oscura de la historia alemana. También ello es un cambio de era y nuestra tarea debe ser no ceder, tampoco en el futuro, a los muy humanos deseos de olvido o relativización. Solo puede conjurar los demonios de la historia quien los conoce.

Cuando este año recordamos las dos guerras mundiales, no lo hacemos desde un cómodo sillón, sino desde la vorágine de un mundo en veloz transformación. Es una gran fortuna que una guerra sea hoy (casi) inimaginable en Europa. No obstante, nos vemos confrontados con grandes desafíos. Por un lado la dramática situación en Ucrania, la seguramente más aguda crisis de política exterior en Europa desde el fin de la Guerra Fría. Por otro observamos en parte de la población europea una fuerte pérdida de confianza en el proyecto europeo, sobre todo entre los jóvenes, para los que Europa no es más automáticamente sinónimo de oportunidades de futuro y una promesa de mejores tiempos.

El valor de un orden de paz estable, donde no rija el derecho del más fuerte, sino la fuerza del derecho, donde ninguna Cortina de Hierro impida los contactos transfronterizos ni el comercio, se ha transformado en un sobreentendido en el pensamiento de mucha gente. En este año de 2014 vemos, sin embargo, que no es un sobreentendido.

Hace 25 años superamos en Alemania una di­visión que fue atroz consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, comenzada por Alemania. Muchos seres humanos que abogaron apasionadamente por el fin del enfrentamiento entre los bloques fueron impulsados por el deseo de nuevas oportunidades y perspectivas. El bienestar económico fue una de ellas, pero los seres humanos querían sobre todo vivir en libertad, en paz y seguros. Valores tales como la democracia y el Estado de Derecho, la libertad de opinión y de prensa y la diversidad cultural y religiosa poseían y poseen un inquebrantable atractivo. Ese atractivo fue más fuerte que todo lo que divide. Con la ampliación de la UE hacia el este, hace diez años, en Europa recorrimos un trecho más de ese camino. Los habitantes de los países que ingresaron transformaron valientemente la política, la economía y la vida cotidiana en el espíritu de los valores europeos. Terminó la división del continente en este y oeste. De esas experiencias podemos aprender hoy en toda Europa.

El pasado puede ser entonces un punto de referencia, pero no debe mantener atrapados nuestro pensamiento y nuestra acción. Al igual que hace 100 años los viejos modelos de pensamiento del Congreso de Viena demostraron no ser sólidos, hoy tampoco debemos detenernos ni mirar hacia atrás. Debemos aprovechar inteligentemente nuestras experiencias para hallar nuevas soluciones a los problemas de hoy. Los trágicos recuerdos son un incentivo para no repetir los errores de antes y recurrir sí a todos los instrumentos disponibles para proteger la paz y la libertad. También el recuerdo de la conmovedora alegría con la que los seres humanos en Alemania y Europa se abrazaron nuevamente luego de décadas de división nos permite confiar en que conflictos aparentemente estancados pueden superarse a través de la constancia y el valor.

Es un gran logro civilizatorio que hoy en Europa debatamos noches enteras en pos de soluciones y compromisos y no por ganar centímetros en el frente de batalla. Hacer todo lo posible para llegar a un acuerdo: esa debe ser la tarea de nuestra política exterior y nuestra diplomacia. Y eso es lo que nos recuerda el año de la memoria 2014. ■

Dr. Frank-Walter Steinmeier
Ministro Federal de Relaciones Exteriores