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Momentos claves del siglo XX

De la Primera Guerra Mundial al presente: Europa en el foco de la historia.

12.06.2014
Herfried Münkler
Herfried Münkler © dpa

El siglo XX fue un siglo de violencia excesiva. Ello se manifestó sobre todo en los años 1914 y 1939, los comienzos de la Primera y la 
Segunda Guerra Mundial respectivamente. En ese siglo hubo, sin embargo, también momentos de notable renuncia a la violencia, por ejemplo la “Revolución Pacífica” de 1989, que, contra todas las expectativas relacionadas con el derrocamiento de un régimen político, se desarrolló mayormente en forma 
pacífica. Ambas guerras mundiales y el colapso del imperio soviético fueron sucesos importantes no solo para Alemania, sino para toda Europa. Los alemanes desempeñaron, sin embargo, un papel decisivo en los tres acontecimientos. Por eso es adecuado que las tres fechas sean sobre todo años conmemorativos alemanes. Particularmente es válido para 1989, año en que, si bien los impulsos iniciales para la desintegración del Pacto de Varsovia provinieron de Polonia y Hungría, las transformaciones en la RDA, como “Estado frontera”, hicieron colapsar el pacto.

Europa vota

1914 LA GRAN GUERRA

Alemania desempeñó un papel decisivo también en el estallido de la Primera Guerra Mundial, en 1914. No porque el Gobierno alemán quisiera imperiosamente la guerra, como han afirmado algunos investigadores, sino porque algunas de sus decisiones coadyuvaron a que esa guerra se transformara en un conflicto bélico que abarcó toda Europa. Los alemanes tienen una particular responsabilidad en la transformación del conflicto regional en una gran guerra, debido a la ubicación geopolítica del país en el medio del continente: Alemania era la potencia que con su política podía unir o mantener alejados entre sí los diversos conflictos en Europa, tanto agudos como latentes. Más que las decisiones políticas fueron los planes militares del Imperio Alemán los que en el verano de 1914 llevaron a que un conflicto regional en los Balcanes se expandiera a todo el continente. No hay por qué hablar de la “culpa de Alemania” en relación con el estallido de esa guerra, como se lee en el anexo al 
artículo 231 del Tratado de Versalles, pero sin duda recae sobre Alemania una gran responsabilidad en cuanto a las posibilidades de limitación espacial de la contienda.

La Primera Guerra Mundial surgió de (por lo menos) tres conflictos, en parte superpuestos e interrelacionados entre sí. Eso llevó a que la guerra no quedara limitada espacialmente ni pudiera ser finalizadas con negociaciones políticas. Debido a su larga duración horadó profundamente el orden político y las estructuras sociales de Europa, destruyéndolas finalmente de adentro para afuera. Por eso es casi imposible una memoria común europea. En su lugar han surgido, simplificadamente, tres grupos de memoriosos: el grupo de quienes festejan la guerra como una victoria, el grupo que recuerda con melancolía y tristeza los millones de muertos en todos los frentes y finalmente el grupo de aquellos para quienes la guerra fue un paso decisivo hacia el “renacimiento de los Estados nacionales”, para el que consecuentemente tiene más importancia el fin que el comienzo de la guerra. También esas diferencias en el recuerdo de la “catástrofe primigenia del siglo XX” conforman el polifacetismo europeo y no pueden ser transformadas de un plumazo en una memoria común europea.

Desde el punto de vista analítico, en el foco de la Primera Guerra Mundial estuvo en primer lugar la lucha por la hegemonía en Europa Occidental y Central. Ese conflicto enfrentó a Alemania y Francia. Luego de la proclamación del Imperio Alemán, en 1871, este asumió una posición semihegemónica, fortalecida por su dinámico desarrollo económico desde fines del siglo XIX. Francia, por el contrario, oscilaba entre la expansión de su reino colonial y las reminiscencias de su antiguo papel dominante en Europa. Ese conflicto estaba en el verano de 1914 más bien latente. Por él 
no tenía por qué estallar la guerra.

Un segundo conflicto inmanente a esa guerra giró en torno a la cuestión del futuro orden mundial, que se hallaba en la agenda política desde el comienzo del ocaso del Imperio Británico. Gran Bretaña se había transformado en el siglo XVIII en un policía mundial. Esa posición estaba basada en su dominio de los mares y su papel de fiel de la balanza en el equilibrio europeo de fuerzas. Gran Bretaña había defendido esa posición en dos guerras contra Francia y la había consolidado durante la Revolución Industrial. Habían surgido, sin embargo, competidores –Estados Unidos, Japón y no por último Alemania– y era previsible que le iba a ser imposible conservar esa posición a largo plazo. Los alemanes se transformaron en el principal competidor debido a su política de ampliación de su flota de guerra, si bien, por su potencial, en realidad el principal desafiante era Estados Unidos. Antes de 1914 no estaba realmente claro dónde discurrirían los frentes ni cuáles serían los aliados en el conflicto en relación con el nuevo orden mundial. A todos les quedaba claro, sin embargo, que de las cinco grandes potencias que dominaban en Europa, por lo menos dos dejarían de desempeñar papel alguno a nivel global. El primer candidato para ello era el Imperio Austro-Húngaro. Pero, ¿cuál era el segundo? ¿Alemania, Francia o quizás Rusia? También ese conflicto se hallaba en el verano de 1914 más en estado latente que agudo.

Políticamente aguda era, por el contrario, la tercera cuestión. Las posibles respuestas no eran idénticas 
a las alianzas enfrentadas. La cuestión era el futuro po­lítico de los grandes imperios multinacionales, multilingüísticos y multirreligiosos de Europa Central y Oriental y del Próximo Oriente. La existencia de los imperios Austro-Húngaro, Ruso y Otomano era puesta en tela de juicio por la idea de la nación, que avanzaba de oeste a este. Por esa razón, en esa guerra la cuestión era la continuidad de los imperios y de ninguna manera el corrimiento de un par de fronteras. Fue la combinación de esos tres conflictos lo que transformó la Primera Guerra Mundial en la “catástrofe primigenia del siglo XX”.

1939 LA DESAPARICIÓN DEL CENTRO

La historia europea del siglo XX puede ser descrita 
como un desarrollo de largo plazo de esos tres conflictos. Por un lado se trató de revisar los resultados de la Primera Guerra Mundial. Por otro, de conformarse con esos resultados y crear a partir de ellos un orden político más o menos estable. En ese sentido, los comienzos de la Segunda Guerra Mundial pueden interpretarse como un intento de revisión de los resultados de la Primera Guerra Mundial fijados en el 
Tratado de Versalles. Esa no comenzó, sin embargo, en 1939, sino ya en 1938, con la anexión de Austria por parte del Reich Alemán y poco después, de la región de los Sudetes. La Unión Soviética se benefició geo­políticamente, a través del pacto Hitler-Stalin, de esa política revisionista. Para Alemania, principal iniciadora de la Segunda Guerra Mundial, esta terminó en un desastre político y moral. Para la Unión Soviética, por el contrario, fue, si bien con un enorme número de víctimas, políticamente exitosa. La URSS logró no solo correr hacia el este las fronteras estatales fijadas en el pacto Hitler-Stalin, sino que logró ampliar también su esfera de influencia incluso hasta el Elba y la región de Böhmerwald. Europa fue dividida así en dos partes, una este y una oeste. Dejó de existir un centro europeo como núcleo de poder.

A primera vista, la eliminación del centro europeo 
del mapa político fue el resultado de la derrota militar del Reich Alemán en la Segunda Guerra Mundial. 
Observando más detenidamente, fue, sin embargo, también la consecuencia de la condena moral de Alemania por sus crímenes de guerra 
y genocidio. Ambos Estados sucesores, la República Federal de Alemania y la República Democrática Alemana, evitaron durante largo tiempo confrontarse con esos crímenes. El año 1939, comienzo de la Segunda Guerra Mundial, está asociado para los alemanes hasta hoy con dolorosos recuerdos. El análisis crítico del Holocausto se lleva a cabo, sin embargo, intensamente desde los años 1960. Durante algún tiempo, la división de Alemania y su inclusión en dos sistemas de alianzas enfrentados fue vista como la “pena justa” por los crímenes cometidos por los alemanes. Ello desempeñó nuevamente un papel en los debates internos en 1990 sobre la reunificación de Alemania.

1989 UNIDAD: LA SENDA NO VIOLENTA

El año 1989 puede ser visto por lo tanto también como otra revisión de los resultados de una guerra, esta vez de la Segunda Guerra Mundial. En la senda hacia esa nueva revisión desempeñó un importante papel el descalabro político y moral de la Unión Soviética. Con el empleo de tanques contra la población en su propia esfera de influencia (1953 en la RDA, 1956 en Hungría y 1968 en Checoslovaquia), la URSS perdió la legitimación política que en un principio pudo reclamar para sí como vencedora del régimen nazi. En combinación con el notorio fracaso en el desarrollo de una economía próspera, el desastre político-moral de la URSS contribuyó notoriamente al colapso del orden creado por ella, quedando así libre el camino para una reunificación política de Alemania. Que esta tuviera lugar sin violencia, es decir, no como acto bélico, sino como acto legal, fue la condición para la aceptación política de la Alemania unida por parte de sus vecinos europeos. La memoria histórica y política de 1989 es el más feliz recuerdo de los alemanes en 2014.

Si el año 1914 representa la catástrofe primigenia de Europa, ¿qué significado tienen la Primera Guerra Mundial y sus consecuencias para el actual posicionamiento político de los europeos, marcado durante muchas décadas por los horrores de la Segunda Guerra Mundial y los crímenes alemanes? Para poder responder a esa pregunta es necesario volver a los tres escenarios de conflictos de la Primera Guerra Mundial esbozados al principio: la pugna por la hegemonía en Europa, la lucha por un nuevo orden mundial y el papel político de las potencias europeas en él, así como el hundimiento de los tres grandes imperios de Europa Central y Oriental y el Oriente Próximo. Esos conflictos desempeñaron también de diversas formas un papel en 1939 y 1989.

Comencemos con la pugna por la hegemonía en Europa Occidental y Central, librada entre Alemania y Francia. Fue una lucha por el orden político y la distribución de poder y riqueza en ese espacio. La transformación de la constelación de poder que tuvo lugar con la fundación del Imperio Alemán, en enero de 1871, fue el resultado de una guerra en la que una unión de Estados alemanes se impuso a Francia. Los sucesos de 1989 fueron –también– una revisión de los de 1871, en tanto esta vez la reunificación de Alemania se llevó a cabo pacíficamente y con el consentimiento de sus vecinos europeos. Si se comparan ambos años en su carácter de símbolos políticos, 1989 representa una nueva autodefinición política de Alemania, en la que no el poder militar, sino el político, conforma la base de su papel en Europa. El proceso de reunificación alemana, bastante exitoso desde el punto de vista económico y en cuyo transcurso no se produjo una pauperización de los nuevos estados alemanes, como algunos temieron, es una prueba de la capacidad económica de la República Federal de Alemania. Ese proceso realizó un aporte decisivo al posicionamiento de Alemania en Europa y el reconocimiento de su papel en el continente.

Por lo demás, la lucha por la hegemonía en Europa Occidental y Oriental finalizó con el entendimiento germano-francés y el eje Berlín-París. Una complementación de ese eje político como centro de la Unión Europea a través del “Triángulo de Weimar”, es decir su ampliación con Polonia, es imaginable, pero en un futuro no muy cercano. Es necesario, sin embargo, tener en cuenta que una estrecha cooperación entre 
Estados no es un “logro” que se tiene definitivamente y sobre el que se puede descansar. Debe ser, por el contrario, cultivada y renovada una y otra vez. En el recuerdo de esa exigencia, la Primera Guerra Mundial desempeña un importante papel. Ese recuerdo, sin embargo, no puede osificarse y transformarse en un ritual, porque de lo contrario no cumple su función. Debe basarse, por el contrario, en un análisis crítico de los años 1914 y 1939 como símbolos políticos a la luz de los correspondientes presentes.

Tampoco la pugna por la participación de los Estados europeos en el dominio del mundo, la segunda área de conflictos de la Primera Guerra Mundial, ha perdida explosividad. El momento histórico clave fue 1945, cuando vastas partes de Europa estaban destruidas y el mundo se dividió en dos grandes bloques. Como consecuencia de las guerras de liberación de los años 1950 colapsaron los reinos coloniales, cuando las potencias coloniales no fueron lo suficientemente inteligentes como para abandonar a tiempo sus posesiones, ya frágiles. Europa se concentró en sí misma. Los tiempos en los que hacía política mundial en gran estilo pertenecían al pasado. Cuando Europa participaba en la política mundial, lo hacía como apéndice de la potencia líder en la respectiva alianza. Esa fue una condición esencial para que las fuerzas centrífugas en Europa se debilitaran y se impusiera la idea de que en el futuro Europa podría desempeñar un papel solo unida. Esa convicción no tiene, sin embargo, por qué ser duradera. Las transformaciones que se esbozan en Europa para el siglo XXI pueden llevar a un fortalecimiento de esas fuerzas centrífugas, más en tanto el foco de atención de Estados Unidos pasa del área del Atlántico a la del Pacífico, lo que pone a los europeos ante el desafío de tener que arreglárselas solos con sus problemas.

NUEVAS TAREAS PARA EUROPA

El siglo XX fue el siglo de Estados Unidos, no por último como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, de la cual fue el verdadero vencedor, mientras que en Europa hubo vencedores militares, pero no políticos y menos económicos. La época entre 1918 y 1945 puede definirse como el intervalo en que el papel de policía mundial desempeñado por los británicos en los siglos XVIII y XIX pasó paulatinamente a manos de los Estados Unidos. Hoy, Estados Unidos está en parte superado por ese papel, que desde el fin del enfrentamiento entre los dos bloques deben desempeñar solo, y deja entrever una fuerte disposición a repartir las cargas, es decir que espera de las potencias amigas una mayor disposición a asumir responsabilidades de orden político, en todo caso en sus respectivas áreas y su periferia. Eso supone que los europeos deberán asumir nuevas tareas, que solo podrán cumplir juntos, pero que conllevan el peligro de que los antiguos enfrentamientos, cuyo símbolos son los años 1914 y 1939, vuelvan a surgir.

Entre los grandes desafíos políticos de Europa en el siglo XXI se cuenta –además de la conservación y consolidación del nivel de integración política y económica alcanzado– la pacificación y estabilización de los espacios posimperiales surgidos de la desintegración de 
los imperios multinacionales 
y multirreligiosos. En relación con el desarrollo y las consecuencias de la Primera Guerra Mundial hay que constatar que la tercera gran área de conflictos de esa guerra aún continúa existiendo, ya que los intentos por superarlos demostraron ser poco estables y de poca duración. Eso es válido para los Balcanes, el Cáucaso y la región del Mar Negro, así como para todo el Próximo Oriente. La Yugoslavia surgida luego de la Primera Guerra Mundial de los restos de los imperios Austro-Húngaro y Otomano se desintegró en los años 1990 en un serie de guerras de secesión y civiles. A través de una combinación de presencia militar y policial con incentivos económicos y ayudas financieras, la Unión Europea (UE) logró pacificar hasta cierto punto esa área. No se puede hablar, sin embargo, de un orden estable. Si se analiza la interrelación de los conflictos al comienzo de la Primera Guerra Mundial se constata que hay buenas razones para que los europeos continúen invirtiendo en la estabilidad de esa región. La duración de esa tarea no se mide en años, sino en décadas.

LA UE COMO MODELO

Los espacios posimperiales surgidos del colapso del Imperio Ruso, la URSS y el Imperio Otomano caen solo parcialmente en la esfera de responsabilidad de los europeos, ya que se hallan en la periferia de la UE. Por el permanente riesgo de desmoronamiento de esos Estados suponen, sin embargo, una amenaza constante para la estabilidad política y la prosperidad económica de Europa. Una responsabilidad de los europeos en relación con esos espacios se deriva además de que participaron decisivamente en la destrucción del viejo orden en la Primera Guerra Mundial y en la creación de nuevos órdenes después. Eso es válido tanto para la estrategia alemana de socavar la cohesión política del Imperio Ruso a través del apoyo a movimientos nacionalistas, como también para la división del Próximo Oriente en una zona de influencia británica y una británica fijada en el Acuerdo Sykes-Picot. Desde el punto de vista analítico, en esos espacios chocaron dos principios de orden político: el del Estado nacional y el del imperio multinacional y multirreligioso. Ese conflicto continúa hasta hoy. Si bien en la Primera Guerra Mundial los Estados nacionales demostraron ser más poderosos que los imperios, el orden político orientado por la idea del Estado nacional reveló ser de difícil imposición y legitimidad en ese espacio. Si se ve la estructura política de la UE como combinación del modelo de Estado nacional y el orden imperial, que neutraliza los conflictos en relación con el trazado de fronteras y combina los deseos de identidad de la población con las necesidades de cooperación transfronteriza, esa estructura se ofrece como solución también para el Próximo Oriente. Lo que surgió en Europa por la amarga experiencia de dos guerras mundiales podría ser la solución asimismo para los problemas de otras regiones. También ese es un aspecto del recuerdo de los años 1914 y 1939.

El recuerdo y la memoria de los tres grandes momentos claves de la historia europea del siglo XX son también una reflexión tanto sobre las soluciones y respuestas halladas como sobre los desafíos que aún persisten. En ese sentido no se trata de una memoria de anticuario relacionada con hechos pasados, sino una reflexión sobre las tareas políticas actuales y las posibles respuestas. Los políticos lo resaltan una y otra vez en sus discursos. Y no es solo una fórmula. El análisis de los años 1914, 1939 y 1989 como símbolos del desarrollo de la historia europea del siglo XX es siempre una constatación de lo alcanzado políticamente, de las esperanzas y de las tareas que aún quedan por llevar adelante. ■

EL PROF. DR. HERFRIED MÜNKLER
es uno de los más renombrados poli­tólogos e historiadores alemanes. Desde 1992 es profesor ordinario de Teoría 
Política en el Instituto de Ciencias Sociales de la Universidad Humboldt, 
de Berlín. Varios de sus libros están considerados obras estándar. Su libro “La Gran Guerra: el mundo de 1914 a 1918”, de más de 900 páginas, aparecido a fines de 2013, es en Alemania 
un best-seller.

 

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