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El Movimiento de la Iglesia de San Pablo de Francfort

El final de la cuestión alemana – retrospectiva de un largo camino hacia Occidente: 1830–1848 El Movimiento de la Iglesia de San Pablo de Francfort.

Heinrich August Winkler, 14.09.2018
El Movimiento de la Iglesia de San Pablo de Francfort
© picture-alliance / akg-images

Para los alemanes la cuestión alemana siempre tuvo dos caras: Era una cuestión a la vez territorial y constitucional o, dicho más exactamente, una cuestión de relación entre unidad y libertad. La cuestión territorial se centraba en la disyuntiva entre la “gran Alemania” y la “pequeña Alemania”. Si se lograba establecer en lugar del Sacro Imperio Romano Germánico un Estado nacional alemán, ¿debía éste abarcar a la germanófona Austria o era imaginable una solución de la cuestión alemana sin esos territorios? La cuestión constitucional afectaba sobre todo al reparto de poder entre el pueblo y la corona. ¿Quién debía llevar la voz cantante en una Alemania unida, los representantes electos de los alemanes o los príncipes? 

La cuestión de la unidad y la libertad se planteó por primera vez en las guerras de liberación contra Napoleón. El emperador de los franceses fue derrotado, pero a los alemanes la supresión de la dominación extranjera no les reportó ni una Alemania unida ni un régimen de libertades en los Estados de la Confederación Germánica, que sustituyó al antiguo Imperio en 1815. Pero a partir de ahí el clamor de unidad y libertad terminaría siendo irrefrenable. Se volvió a oír a comienzos de la década de los treinta, después de que en la Revolución de Julio, en 1830, los franceses lograran instaurar una monarquía liberal-burguesa. Y aunque en Alemania volvieran a imponerse una vez más los viejos poderes, desde entonces los liberales y demócratas ya no cejaron en su empeño. En marzo de 1848, impulsada por el ejemplo francés de febrero, la revolución también estalló en Alemania: la unidad y la libertad fueron una vez más reivindicadas por las fuerzas que se sabían del lado del progreso histórico. Convertir a Alemania en un Estado nacional que fuera a la par un Estado constitucional era una meta más ambiciosa que la que se fijaron los revolucionarios franceses de 1789. Porque estos se encontraron con un Estado nacional, si bien premoderno. Reclamar la unidad y la libertad para los alemanes suponía tener que clarificar de antemano qué debía pertenecer a Alemania. En el primer Parlamento libremente elegido, la Asamblea Nacional reunida en la Iglesia de San Pablo de Fráncfort, en un primer momento resultó controvertido si un Estado nacional alemán habría de abarcar la parte germanófona de los territorios de la monarquía de los Habsburgo. Hubo que esperar al otoño de 1848 para que la mayoría de los diputados reconociera que no estaba en su poder fragmentar el imperio multiétnico a orillas del Danubio. No pudiéndose por tanto forzar el establecimiento de un Estado nacional pangermánico, con inclusión de Austria, solo cabía la solución de la “pequeña Alemania”, sin Austria, lo cual significaba un imperio bajo un emperador hereditario prusiano. 

El Estado alemán, a cuya cúspide hubiera debido acceder, según el designio de la Asamblea Nacional de Fráncfort, Federico Guillermo IV de Prusia, habría sido un Estado constitucional liberal con un Parlamento fuerte, controlador del gobierno. Como emperador alemán, el rey de Prusia habría tenido que renunciar a su soberanía divina y concebirse a sí mismo como órgano ejecutor de la voluntad soberana del pueblo, exigencia ésta que el monarca de la Casa de Hohenzollern rechazó definitivamente el 28 de abril de 1849. Así se selló el fracaso de la revolución: no les había traído a los alemanes ni la unidad ni la libertad. El ascenso, transcurridos algunos años desde la Revolución de 1848, de la “Realpolitik” como lema político no obedeció en absoluto a la casualidad: la carrera internacional de este término arrancó con una obra del publicista Ludwig August von Rochau, que éste editó en 1853. En cuanto a la materia, ciertamente la Asamblea reunida en la Iglesia de San Pablo en buena medida ya se había ejercitado en la “Realpolitik” cuando, ignorando el derecho de autodeterminación de otros pueblos – los polacos en el Gran Ducado de Poznan, bajo el dominio de Prusia, los daneses en Schleswig del Norte, los italianos en el Trentino –, decidió trazar las fronteras del futuro Imperio Alemán allí donde lo requería el supuesto interés nacional alemán. Con ello se le reconocía a la unidad por primera vez un rango superior que a la libertad. Todavía era la libertad de otras naciones la que tenía que subordinarse al objetivo de la unidad alemana.