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El retorno de la pausa del café

Antes, a nadie se le hubiera ocurrido cruzar la calle con una taza llena de café caliente. Beber un café significaba un momento de descanso. ¿Tal vez esto vuelva a ser así?

12.04.2016

No soy la única. Hay muchos otros como yo. Personas que no encuentran nada más sedante que la perspectiva de una taza de café. Podría ser considerada la sala de seguridad de los alemanes. Porque para el alemán el café es salida de emergencia, punto de fuga y, por ende, alimento básico. 162 litros de café bebe en promedio cada alemán al año. No pueden competir en ello ni el agua (143 litros) ni la cerveza (107 litros). Por eso no es de extrañar que una alemana haya sido la creadora de una de las principales innovaciones en materia de café: Melitta Bentz, ama de casa de Dresde, inventó en 1908 el filtro de café manual, llamado en Alemania el filtro Melitta. Probablemente la señora Bentz estaba harta de los restos de café entre los dientes. Porque en esa época, el café se hervía junto con el café, al estilo cowboy. Un papel secante de un cuaderno escolar de sus hijos y una lata perforada hicieron de prototipo (por cierto: hoy en día el grupo Bentz KG de Melitta es un empresa multinacional con 3300 empleados, a cuyo frente se encuentra el bisnieto de Melitta).

Gracias a la infusión mediante un filtro de papel, la bebida sabe en todo caso mucho mejor. Tan bien, que toda una cultura se ha desarrollado en torno a ella. Una de las instituciones más alemanas es la ronda de café, es decir la charla tomando café, acompañado del infaltable e inmenso pedazo de torta y los chismes más recientes. Durante décadas, el café era algo así como el aviso de descanso de los alemanes, hatha yoga para todos, era un medio para impulsar el espíritu de grupo, en el trabajo o la familia, y una propia unidad de tiempo: beber una taza significaba una pausa de al menos media hora y contribuía más al mejor equilibrio entre la vida familiar y la vida profesional que cualquier fiesta de la empresa. En esa época, a nadie se le hubiera ocurrido curzar la calle con una taza llena de café caliente en sus manos. ¿Para qué? Hasta que en la década de los 1990 llegaron a Alemania de Estados Unidos los primeros ­“coffee-to-go” y de Suiza el café en cápsulas. Desde entonces se puede elegir entre casi 20 opciones de café y para pedir un café hay que tomar más decisiones que para contratar un crédito hipotecario. La mayoría está al parecer tan ocupada con este tema que no se da cuenta de que por un café en cápsula paga varias veces el precio del café normal. Pero esto no es nada en comparación con el precio del daño al medio ambiente: los residuos de envases suman miles de toneladas. Y tan solo por el consumo del café en envase de cartón se deben derribar en Alemania unos 2,5 millones de árboles al año. Cada hora 320.000 envases de cartón son arrojados a la basura. Casi que uno prefiere que una tía abuela le obsequie simplemente medio kilo de “buen café en granos” en vez de amigos que parecen querer elevar su prestigio con una caja de regalo que incluye 20 diferentes sabores de café en cápsula.

Pero hay una luz al final del túnel alemán del café. Allí se puede ver a alguien preparando un café de la manera tradicional. “Pour Over” se denomina ahora este retorno al café de filtro, que ya se puede observar en la carta de bares y cafés de moda de Berlín, Hamburgo y Múnich. Y que nos devuelven, a través de una taza de porcelana, a los orígenes de la cultura del café. Donde el café da pie a un pequeño descanso, donde el café es tan simple y natural que, pese a su efecto estimulante, nos permite relajarnos, a tal punto que ni siquiera nos atemorizan las 1200 calorías del delicioso pastel de crema de la tía Erika, que tan maravillosamente combina con el café, al igual que los últimos rumores del vecindario. ▪

CONSTANZE KLEIS vive en Fráncfort. La exitosa escritora y gran consumidora de café, prefiere el café con azúcar y sin leche, y a veces incluso frío si ha sobrado de la mañana.