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Que viva el mundo provinciano

No solo vale la pena visitar Berlín o Colonia. Fuera de las grandes ciudades se puede descubrir la verdadera Alemania.

13.08.2012
© picture-alliance

Para decirlo desde ya: yo me crié en un pequeño pueblo. O sea, en un lugar en el que mi madre ya sabía que yo había fumado mi primer cigarrillo a hurtadillas antes de haberlo apagado con el pie del otro lado de la calle. Por entonces, yo creía que vivir en un lugar así era una desventaja. No solo por el hecho del “arresto domiciliario” tras la prueba de consumo de nicotina. También porque desde siempre se ha pensado que residir fuera de las grandes ciudades es vivir en otro universo, a años luz de las indiscutibles ventajas de las grandes urbes, su variedad cultural, su creatividad, su encanto, su vida a alta velocidad, su vitalidad. Es decir, se suponía siempre que mientras en Berlín, Hamburgo, Múnich, Fráncfort y Colonia la vida se expresaba en su máximo esplendor, en pueblos y aldeas se vivía lejos de todo, no solo geográfica sino también mentalmente.

Allí donde reina el aburrimiento y donde un simple techo para automóviles en el jardín constituye un trascendente elemento arquitectónico, el ensayo semanal del coro cubre las necesidades de una extravagante vida nocturna y solo existe una razón para no tener encendido el televisor un sábado a la noche. No, no para asistir a la puesta en escena de un joven e interesante director de teatro sino por un apagón o a lo sumo por una nueva actuación de Howard Carpendale en el centro municipal. En resumen, se pensaba que el mundo provinciano era la esencia de esa vida pequeño burguesa, una parte de Alemania que incluso no se soportaba a sí misma. Con nata montada de spray para el cappuccino y aderezo para ensaladas a base de yogur. Y desde luego un lugar en el que nunca te sirven un Aperol Spritz o un Hugo como debe ser, dos cócteles emblemáticos de los ciudadanos del mundo respetuosos de las tendencias de la moda.

Esa era la fama. Divulgada por personas que apenas conocen esos pueblos y aldeas, salvo por los clichés que ellos mismos hacen circular. Pero la verdad es que estos sitios periféricos son otra cosa, son el ombligo y el personaje central de la Alemania real. Las dos terceras partes de la población alemana viven fuera de las grandes ciudades, en pueblos como Ohrdorf o Waldernbach y pequeñas ciudades como Rennerod, Oberkümmering, o en ciudades de mediano tamaño como Kassel, Bielefeld, Cottbus y Heilbronn. Y no en la diáspora intelectual y cultural. Al contrario. De los más de 80 conjuntos de ópera que hay en Alemania, casi tantos como en todo el resto del mundo, no todos están en Múnich y Berlín. Y muchas veces son las pequeñas óperas las que osan realizar experimentos sin sufrir por ello el castigo de la pérdida de espectadores. Una prueba de cómo estas pequeñas localidades pueden ser un gran elemento inspirador es una vista al lugar de procedencia de grandes genios alemanes de la historia. Por ejemplo: Mörike era de Cleversulzbach, Hölderlin de Lauffen am Neckar, Thomas Mann de Lübeck y Oskar Maria Graf de Berg am Starnberger See.

Por cierto, a este gran genio de Baviera se le atribuye la siguiente frase como recomendación de la periferia: “El mundo debe ser provinciano para que sea humano.” Ya tan solo por el hecho de que el mundo provinciano tiene un rostro inconfundible. Mientras que las grandes ciudades se esfuerzan por mostrar un aspecto uniforme, de converger en una única y gran zona de peatones, en la que ya uno no sabe si está en Fráncfort, Colonia o Stuttgart, los pueblos y aldeas mantienen su expresión propia, su perfil sugestivo y su particularidad. Es lo que realmente destaca a Alemania, es su huella dactilar cultural y social. Por eso, a quien desee aproximarse a este país, le convendrá hacerlo en localidades como Ohrdorf o Waldernbach, en Münster o Augsburgo. Porque la Alemania periférica ya ha dejado de ser una desventaja, vale la pena visitarla o incluso residir allí. Naturalmente salvo que uno sea menor de edad y quiera fumar un cigarrillo a hurtadillas.

Constanze Kleis se crió en una pequeña ciudad de Alemania, es periodista, columnista y exitosa autora. Vive y trabaja en Fráncfort.