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El largo camino a la 
 “nueva alemanidad”

Alemania asumió tarde su papel de país de inmigración, escribe Naika Foroutan. Hoy, la diversidad es un sobreentendido.

13.08.2014
© picture-alliance/ZB - Naika Foroutan

En 2013 arribaron a Alemania 437.000 inmigrantes, el mayor número desde hace 20 años. Hoy viven en el país 16 millones de seres humanos con trasfondo migratorio, lo que representa el 20 por ciento de la población total. Unos nueve millones poseen la ciudadanía alemana.

Las cifras hablan por sí solas: Alemania es un país de inmigración. También lo fue antes, aunque los políticos lo negaron hasta comienzos de los años 2000. Hasta el fin de las contrataciones de trabajadores en el exterior, en 1973, habían llegado a Alemania ya unos 14 millones de personas para trabajar. De Alemania como país de inmigración se habló por primera vez en 1999, en una Declaración de Gobierno de la coalición de Gobierno del SPD con Alianza 90/Los Verdes.

Hasta ese momento, Alemania había atravesado diversas fases en lo que respecta a la inmigración. La época de los primeros trabajadores inmigrantes estuvo marcada por las contrataciones masivas en el exterior, la nueva inmigración y la integración económica de los inmigrantes. Todo comenzó en 1955 con el Acuerdo de Contratación entre Alemania e Italia. Le siguieron acuerdos con España, Grecia, Turquía, Portugal, Túnez, Marruecos y la ex Yugoslavia. Esos acuerdos estuvieron vigentes hasta fines de los años 60. En los años siguientes, marcados por las crisis del petróleo de 1973 y 1979/80 y el fin de las contrataciones, comenzó la “política de extranjería”, luego de constatarse que muchos trabajadores inmigrantes no deseaban volver a sus países de origen. En los años 80 comenzaron a implementarse las primeras políticas de integración. Su fundamento fue el “Memorando Kühn”, presentado por Heinz Kühn, primer Comisionado el Gobierno Federal para los Extranjeros, en 1979. En ese memorando, Kühn bosquejó ideas para la integración de los inmigrantes en el sistema educativo y su participación política. Típica de los años 80 fue también la idea de la “multiculturalidad” como convivencia pacífica de diversos grupos étnicos, con el acento puesto en el paralelismo de las culturas.

Luego de la caída del Muro, ese proceso de integración sufrió graves reveses. Ataques racistas, como los de Hoyerswerda, Solingen y Rostock, así como masivas limitaciones a la inmigración a partir de 1993, mostraron un país muy ocupado con su propia reunificación y que intentaba definirse como nuevo colectivo en parte a costas de una “otridad” construida. Esa época es recordada por los inmigrantes como fuertemente xenófoba. Con la adultez de los hijos de los inmigrantes en Alemania y su creciente aproximación a representantes sociales sin trasfondo migratorio aumentaron las posibilidades de influencia activa en la política inmigratoria. Simultáneamente comenzó a plantearse la pregunta acerca de qué es la alemanidad, por ejemplo en el debate en torno a la “cultura guía”. Tampoco en esa fase Alemania se vio emocionalmente a sí misma como país de inmigración, aun cuando ese estatus había sido formulado ya a nivel político.

El año 2006 trajo un profundo cambio. Con el Mundial de Fútbol en Alemania surgió una nueva impresión: Alemania como país de la bienvenida, con una población que se esforzaba por ser percibida en forma diferente de cómo había sido vista hasta entonces. Esa reorientación fue acompañada políticamente por la primera Conferencia Alemana sobre el Islam (DIK) y la primera Cumbre de Integración en la Cancillería Federal. Tanto más sorprendente fue el éxito del libro “Alemania se autoelimina”, del exministro de Hacienda del Land de Berlín Thilo Sarrazin. El libro dejó un regusto de anacronismo, en tanto sugirió la exclusión de la mayor minoría religiosa en el país, el islam, del “nosotros” alemán. Retrospectivamente se constata que esa discusión formó parte de una serie de debates sobre la identidad nacional y la pertenencia que también tuvieron lugar en otros países europeos de inmigración. Francia, Inglaterra y los Países Bajos: todos experimentaron a fines de los años 2000 discusiones en relación con su “identité nationale” o su “national identity”.

En mayo de 2014, poco antes del 60 aniversario del primer acuerdo de contrataciones internacionales, Joachim Gauck, el presidente federal, dio un clara señal en su discurso con ocasión de 65 aniversario de la Ley Fundamental alemana: “Quien es alemán podrá ser reconocido en el futuro mucho menos que hasta ahora por su nombre o su aspecto”. Gauck dio así al país por fin un “leitmotiv” en su búsqueda de identidad nacional. La sociedad núcleo homogénea dejó de ser la medida. La narrativa nacional actual, la “nueva alemanidad”, fue descrita por el presidente federal como “unidad de los diversos”, remitiéndose así –consciente o inconscientemente– al deseo de Theodor W. Adorno de “poder ser diferente sin temor”. Gauck puso además a Alemania cerca de Canadá, que sentó estándares a nivel mundial desde que lanzó la consigna “unity within diversity”.

Hoy podemos decir: Alemania no solo se ha transformado en un país de inmigración –según un informe de la OCDE de 2014 es el país favorito de los inmigrantes después de Estados Unidos– sino más aún: se ha transformado en una sociedad de inmigración. Las migraciones, tanto la inmigración como la emigración, pertenecen desde hace tiempo a la vida cotidiana de Alemania. Sobre todo las grandes ciudades son cada vez más heterogéneas. En Fráncfort del Meno, por ejemplo, ya más de tres cuartas partes de los niños menores de seis años tienen un trasfondo migratorio. Llamemos a esos niños simplemente los “nuevos alemanes”. ▪

La Dra. Naika Foroutan es vicedirectora del Instituto de Investigaciones Empíricas sobre Migraciones e Integración, Universidad Humboldt, Berlín.