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Muchos vecinos nuevos

Altena ha acogido muchos más refugiados de los asignados - y los ha integrado de forma ejemplar. Por ello ha recibido incluso un premio de la canciller federal.

06.07.2017
Nicole Möhling and Anas Al-Srouji
Nicole Möhling and Anas Al-Srouji © Kai Kitschenberg

Nicole Möhling llega tarde y se disculpa. Dos horas tuvo que esperar junto a Anas Al-Srouji en la consulta del oftalmólogo. "Por suerte, los problemas con su ojo derecho no son tan graves como se temía." Desde hace más de un año y medio, Möhling se ocupa del joven sirio. Esta alemana de 41 años de Altena, en Renania del Norte-Westfalia, es una de las 35 personas que en esa ciudad han asumido el padrinazgo personal de refugiados. Al-Srouji es para ella mucho más que alguien a quien ayuda con los trámites burocráticos, visitas al médico o búsqueda de vivienda. "Ya es parte de mi familia, entra y sale de casa como algo natural."

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¿Por qué Nicole Möhling participa activamente en esta iniciativa? "Quería saber quiénes son los que llegan a nuestra ciudad", responde. "Además me imaginé cómo estaría yo si me hubiera pasado algo así, de terminar varado como refugiado en un mundo extraño. Habiendo perdido todo y sin entender una palabra." Anas Al-Srouji asiente con la cabeza. Este sirio de 24 años de edad ya entiende bastante alemán, pero todavía le cuesta hablar. "Para mí, esta gente que nos ayuda es un regalo del cielo", resalta. Antes estuvo alojado en Halberstadt, en Sajonia-Anhalt. Allí recibió muestras de hostilidad y no se sentía bien.

Pequeña ciudad al pie de un castillo

Su nuevo hogar, la ciudad de Altena en Sauerland, se promociona con el slogan "ciudad para todas las generaciones." Su nombre se deriva del castillo de Altena, que corona la ciudad. Esta verde urbe de alrededor de 17.300 habitantes es atravesada por el río Lenne. La ciudad importante más cercana es Hagen, a unos 30 kilómetros.

Un poco de historia: en 2015 se disparó el número de refugiados en Alemania y se intensificó el debate público acerca del tema. Muchas comunas se vieron desbordadas, llegaron a sus límites de capacidad de atención y alojamiento. Un gran número de alcaldes dieron la voz de alarma, argumentando que no podían absorber más gente.

En ese tiempo, el alcalde de Altena atrajo la atención cuando su ciudad acogió de forma voluntaria 100 refugiados más de los 270 refugiados asignados. „Después de la Segunda Guerra Mundial, Alemania tuvo que acoger un número de refugiados mucho mayor”, explica Andreas Hollstein. El alcalde insta a observar detenidamente la magnitud real de la llamada ola de refugiados. A los críticos de la migración se lo explica con números: "Si en un bar están sentadas 80 personas y de repente entra un sirio, no se puede hablar realmente de ‘sobrepoblación extranjera’."

"Nos sentimos muy honrados"

En Altena la integración funciona y el compromiso de la ciudad es ejemplar. En mayo de 2017, la canciller Angela Merkel ha otorgado a este municipio el premio nacional de la integración del Gobierno alemán, dotado con 10.000 euros, que se concede por primera vez. Nicole Möhling formó parte del grupo que recibió el premio en la Cancillería Federal de Berlín en representación de muchos otros participantes. "Aunque suene raro," dice, "nos sentimos muy honrados."

Desde entonces, investigadores de todo el mundo han estudiado la labor de integración en Altena. La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) envió incluso una delegación a la pequeña ciudad en Sauerland para analizar por qué la labor es mejor que en otros sitios.

El factor clave es la solidaridad

Pero los investigadores del fenómeno de la migración no encontrarán aquí detallados conceptos escritos. No hay aquí una "receta para el éxito". La clave está en la interacción, dicen los responsables. Un papel importante lo desempeña el llamado "Stellwerk". Es una oficina municipal que coordina el trabajo voluntario y la política de integración del ayuntamiento.

Anette Wesemann es directora del "Stellwerk". Esta pedagoga diplomada conoce muy bien los desafíos cotidianos del trabajo de integración. Ella sabe del esfuerzo asociado a cada destino individual y de las decepciones que sufren los voluntarios. "Uno se siente mal y triste cuando - como por ejemplo ahora - una familia a la que ha apoyado es deportada de Altena a Afganistán después de más de un año. Es algo que nos duele a todos".

Nadie fuera de la red social de ayuda

Samira Lorsbach y Nadja Mehari ratifican. Las dos mujeres son interlocutoras para refugiados en todas las cuestiones. La primera tiene para ello un empleo a tiempo completo y la segunda lo hace "ad honorem". Ambas se sienten responsables por estas personas. Altena no deja librado a su destino a "sus" refugiados, que son actualmente unos 450, principalmente de Siria, Eritrea e Iraq. El personal y los voluntarios buscan plazas en cursos de idiomas, asesoran en materia profesional, mantienen el contacto con el servicio de asistencia social, la oficina de menores y la agencia pública de empleo. Los caminos son cortos, los empleados de las oficinas competentes se conocen entre sí. Esto facilita la labor.

Anette Wesemann, Nadja Mehari and Samira Lorsbach
Anette Wesemann, Nadja Mehari and Samira Lorsbach © Kai Kitschenberg

Otra diferencia entre Altena y otros municipios es que los refugiados no son alojados juntos en grandes instalaciones, sino repartidos por toda la ciudad. Así entran más rápidamente en contacto con vecinos. Y en Altena hay espacio suficiente: más del diez por ciento de las viviendas están vacías. Ninguna otra ciudad en Renania del Norte-Westfalia en las últimas décadas ha sufrido más la reducción de su número de habitantes que Altena. En 1970, Altena, ciudad en que en la que por entonces las fábricas de alambre ofrecían muchos puestos de trabajo, contaba con unos 32.000 habitantes. Hoy en día solo queda un poco más de la mitad.

Esto explica también la decisión del alcalde de tomar más refugiados que los requeridos, al ver una oportunidad para que la ciudad crezca de nuevo. Que no todos aplauden esta medida se nota en los insultos recibidos por correo electrónico. Hollstein los toma con calma. Cree que en algún momento los agitadores entenderán que "quien mide el éxito de la integración en meses, comete un error. Es algo que tarda años."

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