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Automatización del intelecto

Cómo la automatización transforman las actividades intelectuales en el mundo laboral.

14.01.2014
© Nikolaevich/The Image Bank - The quiet revolution

Las máquinas determinan nuestra vida cotidiana desde hace tiempo. El ser humano posee desde hace miles de años el poder y los conocimientos necesarios para usar la fuerza del viento y el agua de tal forma que su vida sea más fácil y su trabajo, más productivo. Máquinas y autómatas mejores, más rápidos y más eficientes 
multiplican nuestras fuerzas. Desde el surgimiento de la era de la computadora, también esta apoya nuestra capacidad intelectual, nos permite procesar información más rápidamente y de formas cada vez más diversas y fabricar sistemas cuya complejidad supera por mucho la capacidad de comprensión del cerebro humano.

La tecnología influye, a veces incluso decisivamente, sobre la estructura, la convivencia, la comunicación, el trabajo y la 
situación económica en una sociedad. Siempre que se impuso un nuevo paradigma tecnológico se produjeron en parte dramáticas transformaciones, que a menudo generaron gran dolor, injusticia y desplazamientos en las relaciones de poder, pero también nuevo bienestar, la aceleración de la vida cotidiana y también más comodidades. Formas de vida, de trabajo y de pensar pasaron a ser obsoletas 
en pocos años. Uno de los problemas centrales de nuestro tiempo es cómo abordar los cambios tecnológicos que se están produciendo a través de la digitalización e interconexión, la aceleración de las comunicaciones y el procesamiento de datos, la creciente automatización y los algoritmos cada vez más “inteligentes”.

No bien robots puedan realizar con la misma flexibilidad las actividades que, por ejemplo, hoy llevan a cabo trabajadores en las cintas de producción de países de sueldos bajos se transformará también radicalmente la economía global. Ya hoy, en muchos sectores es claramente reconocible la tendencia a producir nuevamente cerca de los mercados de venta. Las industrias con un alto grado de automatización, tal como la automotriz, construyen desde hace años nuevas fábricas directamente en aquellos países donde venden los vehículos. Cuando menor sea la participación de los costos de mano de obra en un producto, más importancia adquieren otros factores para la elección de un lugar de producción. Los costos de transporte, la infraestructura, el abastecimiento energético, los factores ambientales, la existencia de personal cualificado, la carga impositiva, la estabilidad política y diversas 
regulaciones determinan hoy la rentabilidad de una empresa mucho más que los costos de personal. El capital necesario para realizar las inversiones que posibilitan una producción con escasa mano de obra se transforma en el medio de producción decisivo.

Esa situación la hallamos básicamente en todos aquellos lugares donde se hallan a disposición grandes volúmenes de datos sobre seres humanos. Existe, sin embargo, un considerable potencial de automatización y un aumento social de la eficiencia que no se derivan solo del actual impulso a tratar de vendernos a todos lo más posible. La cuestión de cómo y en beneficio de quién son usados los datos que generamos determinará cómo se verán nuestro mundo laboral y nuestro entorno de vida en el futuro.

Actualmente, los datos, el lubricante de la era de la información, son privatizados sin generar beneficios sociales, salvo la vaga promesa de que servirán para mejorar el servicio. Poseer más datos sobre usuarios y clientes se ha transformado en un fin en sí mismo, impulsado por la promesa de que con esos datos es posible racionalizar más la economía y aumentar la eficiencia, lo que a su vez genera mayores ganancias. La condición para ello es que esos datos sean analizados con los algoritmos adecuados. La automatización, sin embargo, no se detiene en el mundo físico, sino que penetra en un área que hasta ahora había sido considerada intrínsecamente humana.

Quien piensa que su puesto de trabajo es seguro porque exige una capacidad intelectual que una computadora no posee, probablemente se equivoca. La automatización de la actividad intelectual, la sustitución de la actividad cerebral humana por software y algoritmos puede modificar el mundo laboral y el entorno de vida más de lo que la robotización y automatización de la producción lo ha hecho hasta ahora. Lo fascinante es que ese proceso se desarrolla sin que la opinión pública tome casi noticia de ello. Eso se debe en parte a que –a diferencia de la robotización– mucho es difícil de comprender, ya que no existe una representación visual adecuada de la informática. ¿Quién quiere ver 
constantemente las mismas imágenes de archivo de teclados dramáticamente iluminados y monitores con amenazantes ceros y unos? Los efectos de la computarización de los aspectos cognitivos son mucho más sutiles que constatar cómo en una fábrica donde hace un año trabajaban seres humanos hoy solo se ven robots.

A menudo, la automatización de procedimientos físicos va de la mano de una profunda transformación de cómo se desarrolla una transacción de negocios. Un ejemplo muy claro en ese sentido es cómo se llevan a cabo hoy las operaciones bancarias. La eliminación de muchos puestos de trabajo se debió por un lado a que robots –no otra cosa son los cajeros automáticos– asumieron sus tareas. Las decisiones acerca de la concesión o no de créditos ya no son tomadas por seres humanos, sino que se derivan a menudo de los consejos proporcionados por algoritmos, que toman en cuenta cientos de factores y datos sobre el cliente y su historia financiera. La intuición y la experiencia del empleado bancario han sido sustituidas en gran parte por un software. Por otro lado nos hemos acostumbrado a realizar operaciones bancarias vía internet.

De la misma forma funciona la automatización de las capacidades intelectuales en muchos otros lugares. La experiencia, los conocimientos y la intuición son integrados en módulos de software; las estadísticas y los cálculos de optimización y probabilidades sustituyen las decisiones humanas, que a menudo carecen de una fundamentación clara y sobre las cuales es relativamente fácil influir. La combinación de procesos de negocios basados en algoritmos, la completa digitalización de todos los trámites más el software y la computarización puede llevar incluso a que justamente los expertos en optimización y eficiencia –los asesores de empresas– deban temer por sus puestos de trabajo. Cuando las empresas puedan realizar ellas mismas los análisis que hoy encargan a expertos externos, el perfil del asesor de empresas se reduce al papel que ya hoy a menudo cumple: servir de chivo expiatorio para realizar despidos de trabajadores.

Muchos nuevos puestos de trabajo en la alabada “economía digital”, los asesores en medios sociales, las agencias de internet y los diseñadores web, aparentan hoy más de lo que en realidad son. Relaciones laborales precarias, autoexplotación y un trabajo de proyecto en proyecto, interrumpido por fases de dependencia de las prestaciones sociales, caracterizan al sector. Como siempre, cuando surgen sobreentendidos que pronto pasan a formar parte de las estructuras digitales cotidianas, existe hoy una sobreoferta de asesores y oferentes de servicios que desean beneficiarse de la ignorancia de corto plazo de los empresarios, los partidos políticos y los medios de comunicación.

Sería un gran error creer que todo ello no tendrá consecuencias para nuestra sociedad y nuestra vida. La sustitución del trabajo humano por el trabajo de robots y máquinas, la reducción del ser humano al papel de constructor y organizador y el reemplazo de numerosas actividades intelectuales por algoritmos tendrán grandes consecuencias para la estructura de nuestros sistemas sociales y las relaciones de poder en la economía y la sociedad. Cuando menor sea la participación del trabajo humano –ya sea intelectual o físico– en la producción y la creación de valor, más se desplazará el poder económico hacia los propietarios de capital, el medio de producción por antonomasia. Si simultáneamente no cambian las bases de financiación del Estado y las redes de la seguridad social, las diferencias entre los sueldos y las rentas del capital seguirán en aumento.

Ya no es una utopía que puestos de trabajo que hoy nos parecen poco dignos porque son conservados por medio de bajos salarios, puedan ser realizados pronto mejor y más rápidamente por máquinas. Tampoco es utópica una sociedad en la que cada uno trabaje según su talento y capacidades, y tanto como su situación de vida lo permita. El poder de invención y su implementación han hecho que hoy máquinas realicen gran parte del trabajo que nosotros no queremos o no podemos hacer.

La cuestión de cómo deben ser distribuidos los frutos de esos procesos, de si seremos capaces de invertirlos en la creación de una sociedad más justa y con mayor calidad de vida o de si el poder y el dinero serán concentrados en manos de unos pocos es uno de los temas centrales de nuestro tiempo. No hacer nada, albergar la esperanza de que el mercado arregle solo el problema es una imperdonable ligereza que puede llevar a una desagradable distopía. Deberíamos tomar ahora las decisiones correctas que nos lleven por una senda hacia un futuro tecnológico que sea visto como positivo. Eso es justamente lo que nos diferencia de las máquinas autónomas, que solo actúan de acuerdo con reglas, instrucciones y parámetros: debemos utilizar nuestra inteligencia para que nuestra cooperación con ellas vaya en la dirección correcta. ▪

Constanze Kurz es experta en informática e investigadora; Frank Rieger, director técnico de una empresa de seguridad en la comunicación. Ambos son portavoces del “Chaos Computer Club”. El texto 
está basado en su libro “Arbeitsfrei” (“Libre de trabajo”) (Editorial Riemann).