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60 años después

Los Tratados de Roma, firmados en 1957, marcaron un significativo nuevo comienzo. 60 años más tarde, Europa debe decidir si quiere ser potencia mundial o desperdiciar sus oportunidades.

23.03.2017
© dpa - Treaty of Rome

El 25 de marzo de 1957 no fue un día cualquiera para Europa. Doce años después del fin de la Segunda Guerra Mundial, los jefes de Gobierno y ministros de Relaciones Exteriores de seis países europeos se reunieron en el Capitolio de Roma. En la Sala de los Horacios y Curacios del Palacio de los Conservadores, bajo frescos que muestran escenas de batallas y guerras históricas de la antigua Roma, observados por estatuas de los papas Urbano VIII e Inocencio X, se propusieron realizar un nuevo comienzo en el ordenamiento de los países europeos. Luego de 30 años de una “guerra civil europea”, que sacudió entre 1914 y 1945 todos los estándares de la civilización occidental, se trazaron como objetivo asegurar la paz futura entre los países de Europa representados en Roma. 

Firma de dos tratados

Con ese espíritu, los representantes de los seis Estados fundadores –Alemania, Bélgica, Francia, Italia, Luxemburgo y los Países Bajos– firmaron dos documentos: el tratado de creación de la Comunidad Económica Europea (CEE) y el tratado de creación de la Comunidad Europea de la Energía Atómica (EURATOM). 

Antes de la firma de los tratados, todos participaron en una misa en la Basílica de San Lorenzo Extramuros. En esa basílica, estación en el tercer domingo de ayuno del peregrinaje de las Siete Iglesias de Roma, se halla la tumba de Alcide De Gasperi, antiguo ministro de Relaciones Exteriores de Italia, fallecido en 1954. De Gasperi, un viajero entre los mundos de Tirol del Sur del Imperio Austro-Húngaro, e Italia, su patria cultural, es, junto con Robert Schuman, fallecido en 1963, uno de los santos políticos fundadores de la Europa renovada.

Seis perspectivas diferentes

Para todos los presentes en Roma, el objetivo era el reordenamiento político de Europa. Simultáneamente, la historia de cada uno de los países era diferente y, por lo tanto, los objetivos de cara al futuro eran otros. Bélgica, los Países Bajos y Luxemburgo –el Benelux– sabían que lo que más les iba a servir era que los grandes países que los rodean vivieran en paz entre sí. Italia se vio siempre como la cuna cultural de Europa y motor de una unificación federal que diera una nueva forma a la idea del fœdus de la antigua Roma. Después de la doble crisis de 1956 (crisis del Suez y levantamiento popular en Hungría), Francia había comprendido que solo podía ser potencia en un marco europeo. Robert Schuman y Jean Monnet habían marcado las sendas intelectuales y políticas para transformar la enemistad con Alemania en una paz a través de la seguridad con Alemania. Los objetivos de la República Federal de Alemania eran dos: la rehabilitación moral después de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, desatada por el Reich Alemán, y que quedara abierta la “cuestión alemana” derivada de la división del país luego de la derrota de la Alemania de Hitler.

“Una unión cada vez más estrecha”

Los representantes de los seis países fundadores de la CEE y EUROATOM se habían reunido en Roma bajo la impresión de la Guerra Fría y el temor a las ambiciones expansionistas de la Unión Soviética. Esa presión fue finalmente más fuerte que todos los desacuerdos y contradicciones entre ellos. Así fue que decidieron darle a Europa, luego de su autodestrucción en dos guerras mundiales, una nueva perspectiva: una “unión cada vez más estrecha de los pueblos europeos”. “Ever closer union”, así se lee en el Preámbulo de los Tratados de Roma, del 25 de marzo de 1957, que entraron en vigor el 1 de enero de 1958. Desde entonces se trabaja con altibajos en el desarrollo de instituciones y estructuras que hagan de la unión de Estados también una unión de sus ciudadanos. Todavía no existe una sociedad europea que sostenga ambos pilares: es el mayor déficit en tiempos de un creciente escepticismo con respecto a Europa.

Ambiciones de potencia mundial de algunos países

No menos importante para el desarrollo de la unificación europea seis décadas después de la firma de los Tratados de Roma es una segunda omisión, que continúa viva desde 1957: haber perdido de vista la conexión entre la renovación acordada en Roma y las aún existentes ambiciones de potencia mundial de algunos Estados europeos, que, en ese sentido, aún no se ven dentro de una unión. El compás para un acceso al tema del papel global de los pueblos de Europa y su unión cada vez más estrecha definido a partir del propio estado de ánimo fue calibrado en 1957: Alemania siguió en la senda de la renovación moral, hasta la muy unilateral cultura de la bienvenida a los refugiados en 2015. Francia se transformó en socio de Europa, mientras que, simultáneamente, cultivaba sus ambiciones globales. En 1957, el territorio de Argelia era aún parte constitutiva del territorio del Estado de la República Francesa, y eso, por lo menos, desde 1848. Francia veía la integración de Europa como una senda para recobrar poder, en vista de que los tiempos del imperio de ultramar se acababan. Simultáneamente, quería mantener a distancia a los británicos, ya que la competencia por el liderazgo en Europa no sería más sencilla con las ambiciones también globales de Gran Bretaña.

¿Qué papel desempeña Europa en el mundo?

En 2017, con ocasión del 60 aniversario de los Tratados de Roma, la cuestión del papel global de Europa se halla nuevamente en el orden del día: las ambiciones imperiales de algunos se transformaron en la discordante cuestión de la autoafirmación de cada país y cómo, partiendo de ello, igualmente puede ser desarrollada una política común exterior, de seguridad y defensa. Después del referendo sobre el “brexit”, los británicos quieren seguir solos su camino y transformarse en “Globalbritain”. Los franceses siguen identificados con su “mission civilisatrice”, pero simultáneamente dudando de si esa idea puede implementarse mejor a través de un republicanismo universal o con una nación cultural que se autoprotege. A los Países Bajos les sucede algo similar, pero en su interior, los neerlandeses tienden estructuralmente más que los franceses a compartir el poder. Los belgas hace tiempo que perdieron la fe en su poderío global, que en 1957 aún parecía existir dada su colonia en el Congo y sus recursos de uranio: EUROATOM hace tiempo que fracasó. Los italianos parecen no saber a ciencia cierta cómo pueden relacionar el orgullo por su país, que regaló a Europa el jardín de su cultura, con un liderazgo político que pueda impulsar la idea italiana de una Europa federal en tiempos en los que se habla crecientemente de la “Europa núcleo” y de la que los italianos temen quedar excluidos. Los alemanes, finalmente, se preguntan cómo salir mejor de su cómoda situación de entre 1957 y 2017, sin volver a ser nuevamente “innegablemente”, para citar a Heinrich Heine, los señores en el imperio de los sueños. Dejar todo como ha sido sería la mejor garantía para perder la mayor parte de las cosas que se quieren realmente conservar en la UE de hoy. La creación de una protección conjunta robusta de las fronteras europeas es la fórmula actual de consenso en la UE, que, sin embargo, no demuestra tener una convincente voluntad de accionar, ni hacia adentro ni hacia afuera.

Importantes decisiones en el 60 aniversario

En el 60 aniversario de su fundación, la UE intenta limitar los daños y procesar las consecuencias de pasos anteriores de integración incompletos. Algo es evidente en vista de los masivos problemas con el multiculturalismo y la fuerte presión migratoria: sobre el destino de los pueblos de Europa, que el historiador británico llamó una “península de Asia”, no decidirá más el conflicto Este-Oeste, sino la consecuencia de la emancipación de los pueblos del hemisferio sur. En vista de una globalización cultural, social, económica, política y legal incompleta, el fundamento de la unificación europea debe ser repensado: los pueblos y Estados reconciliados de la UE deben decidir si con ayuda de la UE, que es lo que es debido a los Tratados de Roma, quieren ser una potencia mundial o si desperdician el renacimiento que le posibilitaron los Tratados de Roma.

El Prof. Dr. Ludger Kühnhardt es director del Centro de Investigaciones sobre la Integración Europea (ZEI) de la Universidad de Bonn.

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