“Es posible optar por el coraje”
Joachim Gauck, el Presidente Federal. Portador de esperanza. Un retrato.

Quién podría haberse imaginado en 1989 o 1990, luego de la caída del Muro de Berlín, que la Alemania reunificada podría tener al mismo tiempo como jefe de Gobierno y jefe de Estado dos personalidades que crecieron en la RDA? Hoy es así: la canciller federal es Angela Merkel, además la primera mujer en la jefatura de un Gobierno alemán; el presidente federal, Joachim Gauck. Este doble liderato marcado por el Este de Alemania es un invalorable aporte a la unidad interna del país antes dividido. Su importancia simbólica y psicológica no es menor que los esfuerzos financieros y de política social para integrar a los nuevos Estados federados y sus ciudadanos en la República Federal de Alemania.
Además, tanto que la canciller federal como el nuevo presidente federal provengan de la ex RDA como que ambos hayan resistido a la dictadura y se hayan distanciado de ella son una importante señal, tanto para los propios alemanes como para sus vecinos, particularmente en Europa Central y Oriental. Para decirlo sin patetismo: tanto Angela Merkel como Joachim Gauck son creíbles testigos de un amor por la libertad vivido a partir de sus angustiosas experiencias biográficas, que se une sin solución de continuidad con la disposición a anclar a Alemania duraderamente en una Europa de paz. Ambos saben por experiencia propia cuánto deben agradecer a los movimientos por la libertad el fin de la opresión de los regímenes comunistas.
Si se quiere esbozar una primera imagen del nuevo presidente federal alemán, el undécimo, no menos típicas que las características comunes en los caracteres y biografías de la canciller federal Angela Merkel y el jefe de Estado Joachim Gauck son las también marcadas diferencias entre ambas personalidades, más fácilmente reconocibles en la luz y contraluz de cada uno.
Por un lado hasta 1989 una joven y sobria científica natural, que en la primavera de 1990, luego del colapso de la RDA y en medio de la reunificación de Alemania, se lanza de inmediato y sin experiencia previa a la lucha partidaria, parlamentaria y muy temprano asume también responsabilidades en el Gobierno, subestimada enormemente por muchos veteranos de la política, sobre todo en el Oeste, que finalmente llega hasta las más altas posiciones, sin gran carisma retórico (¿quizás justamente por ello?); por otro, el siempre emotivo y apasionante pastor y orador, que, a pesar de no ser apolítico, nunca tuvo ambiciones ni en la política partidaria ni de gobierno, como si sus imperativos y restricciones pudieran poner en peligro su altura retórica.
Dos formas de hacer política, dos formas de retórica, dos seres humanos que, a pesar de sus raíces en el protestantismo del Este de Alemania, a menudo con muchos contrastes internos e incluso contradicciones, no pueden ser más diferentes. Esa curiosa proximidad alcanzó su más bella manifestación cuando Angela Merkel, a quien se le pidió un discurso con ocasión de cumplir Gauck 70 años, dijo al comienzo de su alocución que ya se alabó tanto a Gauck como brillante orador, que lo mejor sería que él mismo realizara el encomio. A veces, la ironía vence al patetismo.
¿De dónde proviene este Joachim Gauck, del que se espera que, luego de la renuncia de dos presidentes federales y de la acalorada discusión en torno a su inmediato predecesor, devuelva brillo al Palacio Bellevue, en Berlín, dotado con un abrumador adelanto de confianza y una carga de expectativas muy difíciles de satisfacer, pues los alemanes pueden oscilar muy rápidamente entre el desprecio por la política y su veneración?
Joachim Gauck, nacido en 1940, en el primer año de la Segunda Guerra Mundial, en Rostock, experimentó en su niñez tanto el fin de la guerra, como la posguerra y los comienzos del comunismo de la RDA. Su padre fue detenido en 1951 por la policía secreta soviética y condenado a dos veces 25 años de trabajos forzados en Siberia, volviendo cuatro años más tarde con los prisioneros cuya liberación logró el canciller federal Konrad Adenauer en 1955 durante su visita a Moscú. Ya de niño y joven le quedó muy claro, con las experiencias del nazismo y el comunismo, qué significa la opresión.
En todo caso, Gauck no se afilió a ninguna de las organizaciones juveniles prácticamente obligatorias en la RDA, por lo que más tarde no pudo estudiar la carrera que quería, germanística. Aunque sus estudios de teología, de 1958 a 1965, fueron un recurso de segunda opción, lo llevaron, sin que se transformara en un estudioso de la teología particularmente apasionado, a uno de los pocos y limitados espacios libres en el régimen de la RDA… y con ello a un permanente y tenaz enfrentamiento con el Estado. Quien, como algunos envidiosos y difamadores, exigen desde un refugio seguro que, como párroco, debería haber estado en prisión algunos años antes de poder ser calificado de “defensor de los derechos civiles”, no tienen en cuenta que Gauck, bajo el poder omnipresente del Estado de la RDA, debía conservar la posibilidad de ayudar en la vida cotidiana a los miembros de su parroquia. Y a esos seres humanos debió buscarlos en la nueva urbanización de Rostock-Evershagen de casa en casa, de vivienda en vivienda. “Los pescadores de seres humanos” tienen que comenzar en pequeño… pero si lo logran, saben cómo hacerlo. En todo caso, quien escuchó predicar a Joachim Gauck en junio de 1988 en Rostock: “Querríamos quedarnos incluso si nos dejaran ir” (o lo conoció ya en 1983 en Wittenberg en un pequeño grupo de trabajo durante la Jornada Luterana), nunca albergó la menor duda de que este ser humano es auténtico, ¡desde su esencia!
Luego de las transformaciones de 1989/1990, la incursión en la política… pero no del todo. Gauck tuvo una decisiva participación en que las actas de la “Stasi”, la policía secreta de la RDA, no fueran puestas bajo candado para siempre en aras de una rápida “reconciliación”. Quedaron accesibles, ya por el solo hecho de poder mostrarles a las víctimas del régimen opresivo cómo sus biografías habían sido deformadas a sus espaldas y para impedir que con falsos testimonios, víctimas del régimen pudieran ser acusadas de haber sido victimarios. Durante diez años, Joachim Gauck le dio, a partir de 1990, nombre, rostro y perfil a la autoridad responsable del acceso a las actas.
Su andar erguido, sin obligaciones ni compromisos en la política partidaria y parlamentaria, lo ha transformado en una autoridad moral. Que todos los partidos menos uno, La Izquierda, lo hayan elegido como candidato para el máximo cargo en el Estado, es una de las más extraordinarias paradojas de la política.
Esas “candidaturas consensuadas” sólo surgen a partir de una amplia y profunda identificación con la persona. Con Joachim Gauck, por el contrario, cada uno de los partidos tuvo o puede tener dificultades. Nadie lo puede reclamar para sí, a nadie le ha dicho lo que quería oír. De pronto, todos los políticos quisieron como jefe de Estado a alguien que fuera muy diferente a ellos. Esa convicción surgió quizás del reconocimiento de que de sus propias filas no podían ofrecer a nadie del mismo nivel. Pero esa elección solo pudo salir bien porque Joachim Gauck –con toda la comprensión que se pueda tener para con las debilidades humanas y estructurales del “zoon politikon”– nunca cederá a las tentaciones del populismo antiparlamentario y antipartidista. Quien no pudo participar en la democracia liberal sino hasta los cincuenta años y desde entonces, como dijo después de su elección, nunca más dejó de ejercer su derecho al voto, sabe muy bien que una democracia no solo necesita de la libertad, sino la libertad también de instituciones democráticas esmeradamente cuidadas. En tiempos recientes, el cargo de presidente federal fue puesto en duda, luego de las renuncias primero de Horst Köhler y luego de Christian Wulff. Pero quizás esa “crisis del jefe de Estado” fue una expresión subliminal de la crisis de toda nuestra situación política.
Joachim Gauck, con su obstinada confianza en la libertad y la responsabilidad democrática, es la gran oportunidad para transmitir a los alemanes ambas cosas: la confianza en su democracia liberal y simultáneamente la conciencia de que cada ciudadano tiene el deber de hacer algo por ella, cada uno en su lugar. El escritor francés Ernest Renan dijo que la cohesión de una nación es un “plébiscite de tous les jours”, un referéndum cotidiano. En ese sentido, Joachim Gauck tiene los medios y el mandato para ser un presidente federal verdaderamente plebiscitario.
Robert Leicht, ex redactor jefe del semanario “Die Zeit”, es uno de los más conocidos periodistas alemanes.