Ir al contenido principal

Vivir en dos mundos

Stephan Steinlein, secretario de Estado en el Ministerio de RR. EE., sobre su biografía antes y después de la caída del Muro

19.06.2015

Sr. Steinlein, los años 1989/1990 fueron para usted –como para muchos otros ciudadanos de la RDA de entonces– también una transformación fundamental de su propia vida. ¿Qué siente cuando piensa en esa época?

Todavía una gran felicidad. Cuando veo las imágenes de la 
caída del Muro, los ojos se me humedecen. Con los años se agrega además un sentimiento de gran agradecimiento. No es un sobreentendido que el sombrío siglo XX haya finalizado tan maravillosamente para Alemania.

¿Es tenido hoy suficientemente en cuenta el papel de los defensores de los derechos civiles en la RDA en el recuerdo de la caída del Muro y la reunificación? ¿Qué quedó del compromiso de esos hombres y mujeres?

Hay una serie de actos en los que los portavoces de entonces se presentan como testigos de época y un gran número de 
artículos y libros sobre el tema. La cultura del recuerdo 
está viva. Pero no debemos pasar por alto que la caída del Muro no fue solo el resultado del accionar de unos pocos, 
sino una especie de refundación de la democracia alemana: un accionar de decenas de miles, que salieron a la calle y 
al final derribaron el Muro literalmente con sus cuerpos. 
Luego de 1945, la democracia fue primero una generosa 
oferta de las potencias occidentales. Luego fueron necesarias las demandas de la generación del 68 para anclarla 
realmente en las cabezas. La segunda vez, la gente conquistó la democracia con coraje, desobediencia civil y sentido 
cívico. Ese es y seguirá siendo para mí el legado decisivo 
de 1989.

¿Quedó para usted rápidamente claro que quería trabajar en el servicio diplomático de la Alemania unida? Originalmente quería ser profesor de Historia Eclesiástica.

Lo peor para mí en la RDA fue la estrechez intelectual. ¡La historia eclesiástica se ocupa al fin y al cabo de todo el mundo! Mi gran maestro y entonces director de mi tesis doctoral, Wolf­gang Ullmann, era uno de los defensores líderes de los derechos cívicos en la RDA. En la primavera de 1990 me preguntó si quería ser director de la oficina de un diputado. Simultáneamente recibí la oferta del gobierno de transición de asumir el cargo de embajador en París. Me decidí por el servicio exterior, porque para mí ya entonces la reunificación era una cuestión europea y no solo alemana. A mediados de los años ochenta había 
comenzado a desarrollar lazos con la oposición polaca. Cuando cayó el Muro estaba en Estrasburgo escribiendo mi tesis doctoral. Las relaciones con nuestros vecinos europeos eran para mí ya un sobreentendido. Por eso, aspirar a trabajar en el 
servicio exterior fue un paso lógico.

¿Es importante en su entorno de trabajo que alguien provenga del este o del oeste de Alemania?

No, pero me alegro una y otra vez cuando en algún lugar del mundo me encuentro con personas que vienen de Sajonia, Brandeburgo o Mecklemburgo. Muchos son muy exitosos, también debido a las experiencias y conocimientos que obtuvieron en la antigua RDA.

¿Es la Alemania de 2015 otro país, diferente a la República Federal antes de la reunificación?

En 1990 finalizó definitivamente la posguerra. El ADN de política exterior de la República Federal siguió siendo el mismo después de esa fecha: el anclaje transatlántico, el imperativo europeo, la defensa del derecho de existencia de Israel, la política de distensión y el reflejo multilateral siguen siendo los elementos centrales. Pero Alemania es vista hoy en forma diferente y es exigida de otra forma que en las décadas pasadas. Hay quien dice que Alemania es hoy adulta. Me parece demasiado biológico. Los Estados no envejecen como los seres humanos 
y aunque lo hicieran, Alemania sería ya una nación bastante vieja. Alemania no es adulta desde 1989, pero ocupa sin duda una posición más visible y expuesta. Ya no nos podemos esconder detrás de otros cuando se trata de abogar por un mundo más pacífico. Sobre nosotros recae mucha más responsabilidad: por lo que hacemos, pero también por lo que no hacemos.

¿Cómo manejan los alemanes hoy sus diferentes experiencias, sus diferentes historias del este y del oeste?

Espero que con curiosidad y un espíritu abierto. La riqueza de un país es la variedad compartida. Eso era válido ya antes, en el apogeo del Estado nacional, y sigue siendo mucho más válido hoy, en un mundo globalizado. Tenemos sin duda diferentes experiencias del este y del oeste, pero tenemos experiencias mucho más diferentes aún en relación con las personas que vienen a Alemania de otros países. Lo digo ya casi en tiempo pasado: la reunificación fue una historia de éxito. Punto. El gran desafío hoy es continuar la historia de la aproximación en 
relación con los seres humanos que vienen a Alemania provenientes de otros países. ¡Ahí se decide el futuro de nuestra 
sociedad y de nuestra democracia!

¿Cómo es vista Alemania hoy en el exterior, a partir de 
su experiencia como diplomático de la Alemania unida? ¿Qué importancia tiene la experiencia de la división en sus diálogos con interlocutores?

Para cerrar el círculo: ¿quién hubiera pensado hace 70 años 
que Alemania recibiría otra vez una segunda oportunidad? Pues la hemos recibido. Hoy somos una de los países más apreciados y exitosos del mundo. Y espero que sepamos manejar inteligentemente esa feliz transformación en nuestra historia. Y eso, en un mundo que se fragmenta cada vez más, es un 
rayo de esperanza en el horizonte. ▪