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Sobre la responsabilidad de las religiones para con la paz

Todas las religiones se identifican con la paz, pero todos los días hay conflictos, guerras y terrorismo en su nombre. Poco se escucha sobre el potencial de paz de las religiones, una capacidad a la que los políticos deberían recurrir más a menudo

29.09.2017
Martin Luther King recibió en 1964 el Nobel de la Paz
Martin Luther King recibió en 1964 el Nobel de la Paz © dpa/epa/AFP

El exitoso escritor británico Ian McEwan sueña con un mundo sin religiones. Sería, dice, “un mundo pleno de respeto por el prodigio de la vida”. Las religiones, por el contrario, se hallan “en el centro de los grandes conflictos de nuestro tiempo”, escribió para el semanario “Die Zeit”. Es cierto, dice también la exsecretaria de Estado de EE. UU. Madeleine Albright en su libro “El poderoso y el Todopoderoso”, las religiones fueron siempre (aunque no solo) una “fuente de odio y conflictos”, justamente en la política. Pero Albright no quiere abolir las religiones, sino que propone recurrir a teólogos y otros expertos en religión como asesores de política exterior.

Potenciales de violencia y de paz

Intelectuales y políticos, medios de comunicación y la ciencia, y, naturalmente, una gran parte de los seres humanos: todos están perplejos en vista del potencial de violencia y conflicto de las religiones. Y las noticias diarias lo confirman: guerra santa, terrorismo fundamentalista, asesinatos en nombre de la religión en todo el mundo. Sin duda: la religión puede ser un arma peligrosa y destructiva en disputas y conflictos.

Los medios de comunicación, sin embargo, no informan sobre el potencial de paz de las religiones. No se oye, ni se ve ni se lee nada. ¿Es que no existe? Las autoridades y los creyentes de todas las religiones dicen querer la paz. ¿Son mentiras? Pero si existe un potencial de paz de ese tipo, ¿cómo se ve?, ¿qué efectos tiene? ¿Debe practicarse la buena vecindad o evitar al prójimo con una sonrisa en los labios? ¿Deben los representantes religiosos asegurar ante cámaras tolerancia mutua y amor por la paz? ¿O tiene el deseo de paz de las religiones también una relevancia política, concreta y práctica, en conflictos civiles e internacionales, guerras y guerras civiles?

Prevención, resistencia, mediación, reconciliación

En la bibliografía, prácticamente no se encuentran respuestas. El periodismo y la investigación de la paz tienen el foco puesto mayormente en el potencial destructivo de las religiones. “When it bleeds, it leads”: es noticia cuando corre sangre. A casi nadie se le ocurre investigar sobre el potencial constructivo de las religiones. Algo sorprendente, en tanto los más famosos héroes de la no violencia, iconos mundiales de la paz –Mahatma Gandhi y Martin Luther King– fueron actores políticos, pero simultáneamente personalidades profundamente religiosas. Ambas cosas, la religión y la política de paz, iban para ellos de la mano. Y hay muchos hermanos de Gandhi y King: actores religiosos que contribuyeron decisiva y exitosamente a apaciguar violentos conflictos políticos y evitar derramamiento de sangre. Esos ejemplos son unos pocos de muchos –desde Albania, pasando por Birmania, Kenia, Polonia, Sudáfrica y Uganda hasta Zimbabue– en los que la intervención de actores religiosos pudo limitar conflictos. Conflictos, en los que seres humanos motivados religiosamente impidieron o redujeron la violencia, en los que contribuyeron a la paz y la reconciliación. Naturalmente, no fueron los únicos actores ni los únicos. Pero hicieron decisivas contribuciones al apaciguamiento, que ningún otro actor estaba en condiciones o quería realizar.

Quien quiere azuzar conflictos y librar guerras no necesita la religión como fundamento
Markus A. Weingardt, periodista e investigador de la paz

¿Paz sin religión?

Si bien es cierto que, históricamente, con fundamentaciones religiosas se ha llevado mucho dolor y muerte a los seres humanos, también es cierto que sobre un fundamento religioso se ha prestado mucha ayuda, se ha generado paz y rechazado la violencia. ¿Sería el mundo más pacífico sin las religiones?

¡De ninguna manera! Quien quiere azuzar conflictos y librar guerras no necesita la religión como fundamento. Bastan cosmovisiones seculares, por ejemplo, el nacionalismo y el fascismo, el etnicismo, el imperialismo o el comunismo. Todos esos “ismos” tienen una tendencia a la exclusión y la marginación de otros. Solo hace falta, entonces, un pequeño paso hasta el enfrentamiento y la agresión violenta. La gran mayoría de los millones de muertos de guerra en el siglo XX fueron víctimas de ideologías seculares, no de violencia con una fundamentación religiosa. Y también hoy –en contra de una impresión generalizada– solo una pequeña parte de los conflictos violentos tiene realmente causas religiosas, tal como lo demuestra, por ejemplo, el Barómetro de Conflictos de Heidelberg.

¡Paz a través de la religión!

Simultáneamente, no hay duda de que en muchos conflictos y guerras hubiera corrido mucha más sangre sin la influencia de actores religiosos. Además de un deseo de paz y una responsabilidad para con la paz llevada a la práctica, los distingue que gozan a menudo de la confianza de las partes en conflicto. Por lo general, de fuerzas seculares –ya sean políticos u ONG– se desconfía acerca de cuáles pueden ser sus verdaderos, quizás ocultos intereses, particularmente cuando los actores de paz provienen del exterior o tienen financiación externa. Una motivación religiosa para lograr la paz despierta, por el contrario, confianza en muchos.

Esa confianza abre puertas y espacios para negociaciones, a menudo cerrados para actores seculares. Los actores seculares y religiosos no deben ser vistos, sin embargo, como competidores, sino como socios de cooperación. Ambos disponen de capacidades que se complementan excelentemente. Pero, lamentablemente, a menudo los (potenciales) actores de paz con una motivación religiosa no son tomados en cuenta o sus capacidades son ignoradas. Así se desaprovechan posibilidades de evitar crisis o apaciguar situaciones de violencia, perjudicándose a muchos miles de seres humanos.

¿Delimitación o entendimiento?

La confianza depositada en actores religiosos es válida más allá de todas las fronteras religiosas, culturales y étnicas, incluso cuando las partes en conflicto y los mediadores pertenecen a religiones diferentes. Además, investigaciones empíricas demuestran que ninguna religión tiende más a la violencia (o a la paz) que otra. Todas las religiones encierran el peligro de agudizar conflictos, pero también tienen el potencial de superar conflictos y violencia. La gran gama de diversas interpretaciones de textos religiosos (o partes de ellos) y tradiciones llevó en todas las religiones a una gran variedad de confesiones, corrientes, comunidades y grupos. Esa gama de interpretaciones posibilita, simultáneamente, poder fundamentar y legitimar religiosamente toda acción, justamente también las acciones violentas.
En relación con los conflictos, las religiones no son ni buenas ni malas. Son la famosa medalla con las dos caras, una de intensificación de conflictos y otra, de apaciguamiento. De qué cara de la medalla tiene más fuerza son responsables las comunidades religiosas y cada uno de los creyentes: ¿se ocupan, sobre todo, de los aspectos excluyentes de la religión, de los componentes de temor y la tendencia a la violencia en las tradiciones religiosas –en la propia religión como en otra– o se orientan por el llamado de las religiones a la paz, a la negación de la violencia y a resaltar los puntos y los valores en común?

El entorno religioso y cultural, la educación religiosa y los modelos religiosos a seguir desempeñan en ello un gran papel, en una u otra dirección. Simultáneamente, tiene enorme importancia que los políticos perciban la responsabilidad de las comunidades religiosas para con la paz y sus competencias en la materia. Y más aún: que a los actores de paz religiosos se les recuerde esa responsabilidad, se los aliente y se los incluya activamente en los esfuerzos por lograr la paz.

Los políticos, las comunidades religiosas y las iniciativas de paz seculares pueden darse mucho y beneficiarse mucho mutuamente. Si hacen confluir sus diversas posibilidades y capacidades en esfuerzos comunes, es posible lograr mucha más paz de lo que podemos imaginarnos, a nivel local, nacional y mundial. 

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